Por el piton derecho
Vicente Carrillo Cabecera
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Perera, torero de una plaza en decadencia
Perera, torero de una plaza en decadencia
Perera, torero de una plaza en decadencia
Perera, torero de una plaza en decadencia
Perera, torero de una plaza en decadencia
Perera, torero de una plaza en decadencia
Perera, torero de una plaza en decadencia
Perera, torero de una plaza en decadencia
Perera, torero de una plaza en decadencia
Perera, torero de una plaza en decadencia
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Perera, torero de una plaza en decadencia
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Perera, torero de una plaza en decadencia
Perera, torero de una plaza en decadencia
Perera, torero de una plaza en decadencia
Crónica Madrid. 2ª de la Feria de San Isidro

Perera, torero de una plaza en decadencia

Luis Miguel Parrado

Recuerdo hace un par de veranos, en el porche de El Cortijillo, una charla relajada con Pablo, Eduardo y José Luis Lozano. Este último recordó, no sé a colación de qué, la frase de Ortega y Gasset, dicha hace muchos años, casi un siglo, que sentenciaba: «Si quieres saber cómo está el país, asómate a una plaza de toros».

Creedme si os digo que hoy, cuando he visto a ese presidente dar dos orejas por esa faena, me he acordado de la frase en cuestión. En las plazas nos ha inundado el ‘buenismo’, la falta de exigencia y el creer que todo es bueno. Así nos va, en las plazas y en el país, claro. Y lo peor es que algunos piensan que esa es la solución a todos los males.

Vaya por delante que el tercero, Pijotero, fue excepcional. Hijo de Jazmín, indultado en Mont de Marsan por Matías Tejela y nieto de Harinero, al que perdonó la vida el propio Perera en Valencia, ya había estado en Madrid en Otoño, pero al final no entró en la corrida donde Urdiales abrió la puerta grande. Su día era hoy. Empujó de bravo en el primer puyazo, dejándose pegar con fijeza en el otro. Tuvo Perera, al que Madrid acogió como torero de esta plaza, el mérito de darle muchos metros, al estilo César Rincón, luciendo la embestida del toro, que aunque cada vez reservoneó más en distancia antes de arrancarse al primero de cada tanda, después embestía metiendo la cara con profundidad, transmisión y recorrido. Perera enganchó adelante ese torrente de bravura y, muy por abajo lo llevaba hasta el final, así que puso pronto la faena en todo lo alto, bajando el tono cuando se puso al natural, por donde no redondeó su obra. Yo veía embestir a Pijotero y pensaba cuánto más habría durado de haberlo administrado mejor, perdiéndole un pasito a partir del tercero de cada tanda y no haciéndole las cosas tan, tan por abajo. Pero el extremeño tiene ese toreo, que no todos los toros aguantan y, claro está, el que lo hace es de triunfo gordo. La sensación generalizada era de oreja con fuerza tras matar de una estocada trasera poco ortodoxa, pero el presidente le dio las dos. Y entonces yo me acordé de aquellas tardes de mi niñez pegado al televisor, viendo a presidentes como Font-Jarabo, con el que hoy no se habría abierto la puerta grande ni a tiros. Y, también, de toreros como Julio Robles o Roberto Domínguez, y ya no hablo de César Rincón, que tendrían una espuerta de puertas grandes a sus espaldas si el nivel aplicado a ellos hubiera sido el mismo de hoy. Mal asunto cuando la decadencia se traslada de los ‘gaches’ a la plaza que debe ser mascarón de proa de la Tauromaquia. Malo. Después Perera se enfrentó a un sexto cuya lidia no tuvo historia más allá de ser un prólogo a la puerta grande.

Diego Urdiales es otro de los consentidos de Madrid, y hoy se notó. Claro, que para eso se lo ha ganado. Por delante echó un toro manso en varas, que esperó en banderillas y luego embistió a regañadientes, sin celo ni entrega por los trastos. Anduvo paciente Diego, e incluso a veces parecía haber corregido las ‘cambayás’ que pegaba el toro e incluso bien avanzado el trasteo le atacó para lograr una tanda breve de mano baja que fue lo más rotundo de su actuación. El quinto embestía a media altura, sin ir metido en los trastos, dormido y sabiendo dónde estaba el torero. Y Diego, en vez de prolongar aquello, debió irse a por la espada la segunda vez que le vino por dentro. Pero quiso justificarse, y toreros de su corte no deben caer en esa ‘vulgaridad’.

Finito no lo hizo, y tampoco es ‘torero de Madrid’. Lleva tiempo sin serlo y creo que a estas alturas poco importa eso ya. Yo me quedo con detalles como un par de lances sobre el pitón derecho al que abrió plaza, que era un dije de bonito, y alguna trincherilla con sabor. Después ese cuatreño exigió en la muleta más de lo que Juan estaba dispuesto a apostar, y aunque lo intentó por el derecho, al tercero le vino recto y después ya quiso sacárselos uno a uno, algo que, como bien es sabido, no gusta en el foro. El cuarto no tuvo nada dentro y se lo reservó todo. Finito abrevió. Fue lo mejor porque ¿para qué estar allí más rato? De todas formas, la tarde ya tenía un nombre, el de Miguel Ángel Perera, torero de Madrid, que ya no es la plaza que yo conocí y admiré.

 

  • Madrid. Plaza de toros de Las Ventas. 2ª de la Feria de San Isidro. Lleno de ‘No hay billetes’ (23.624 espectadores) en tarde espléndida. Se lidiaron seis toros de Fuente Ymbro, bien presentados, con algunos, como el primero, que eran auténticas pinturas. Dentro de su variado comportamiento descolló el sensacional tercero, Pijotero-61 . Pesos: 512, 565, 549, 621, 521 y 557 kilos.
  • Finito de Córdoba (púrpura y oro): silencio y algunos pitos.
  • Diego Urdiales (azul noche y oro): Silencio tras aviso y silencio.
  • Miguel Ángel Perera (verde botella y oro): Dos orejas protestadas tras aviso y silencio.
  • Buenas bregas de Rafael Rosa, que bregó a los dos toros de Finito, y Víctor Hugo Saugar, y extraordinarias de Javier Ambel y Curro Javier, que además saludó en banderillas.

 

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