Dos horas y media después de hacer el paseíllo, Antonio Ferrera se iba por la puerta más grande del toreo con la satisfacción de haber dado una gran tarde de toros. Para recordar, vamos. Y más aún lo hubiera sido de no haber fallado repetidamente con espada y descabello, causa de que no se fuera con tres orejas más en su haber. Pese a ello, la fortuna se alió con él desde el primer momento. Para empezar, cerca de 20.000 almas, que se dice pronto, acudieron a taquilla al solo reclamo de su nombre. Pienso en lo que tiene que ser, por mucha veteranía que atesore un hombre, asomarse a esa puerta de cuadrillas y escuchar el zumbido de toda esa gente pendiente de ti, que sólo tienes una certeza: la de que, uno tras otro, van a salir seis por la puerta de chiqueros.
En ese apartado, el ganadero, también tuvo suerte Ferrera. Excepción hecha del de Alcurrucén (que sólo parecía de esa casa ganadera por el hierro) y el de Adolfo, todos los demás dieron opciones de triunfo. Y eso, creedme, no es nada fácil, porque en estas calendas en las camadas queda lo que queda y no hay más.
Del sexteto sobresalió un cuarto a mi modo de ver extraordinario. Se llamaba Amante y llevaba el hierro de Victoriano del Río, que supongo que ya lo había guardado para lidiarlo de cinqueño. En buena hora lo vimos hoy en Madrid, porque fue el punto de inflexión del festejo. Y lo fue porque ahí se le pudo ir la tarde a Ferrera, que hasta entonces había andado fresco, muy capaz y variado, siempre con la mente despierta. Sin embargo le costó cogerle el aire a Amante, que no quería atosigamientos que le hacían perder ritmo y que llegaron en la primera parte del trasteo. Menos mal que después, ya desprendido de la espada de ayuda, comprendió que aquello debía fluir uno a uno, y de esa manera cuajó muletazos de impresionante factura por ambos pitones que llevaban el relajo por bandera. No le cortó ninguna porque tras perfilarse para matar recibiendo muy de largo falló con el descabello. Pero el toro fue de dos.
Que perder ese triunfo no sólo no lo descentrara, sino que lo metiese más en la corrida fue mérito absolutamente suyo, aunque tampoco llegase a cuajar el gran pitón derecho del de Domingo Hernández que salió en quinto lugar. Sin embargo, a esas alturas el público estaba completamente entregado y en ese éxtasis creía contemplar lo que había venido a ver, que era más de lo que pasó en realidad con ese toro. Por suerte salió otro de Victoriano del Río, mucho más chocado en clase, que permitió la explosión final de Antonio, que para empezar se fue a portagayola. Después llegaron genialidades como un arabesco de recibo con el capote y esa forma de sacarlo del peto con una larga cambiada de rodillas. Dejó banderillear a su cuadrilla, pero fue él mismo quien remató el tercio con un par al quiebro de absoluta autoridad. Para entonces la plaza ya era un manicomio que rugía cada vez que Antonio, con la frescura recuperada, echaba mano de repertorio, porque otro de sus grandes méritos es que nadie se aburrió a lo largo de un festejo donde usó muchas suertes del toreo, sobre todo con una variedad capotera admirable.
Hubo con este sexto relajo, temple, gusto y una maravillosa capacidad para improvisar. Además de una virtud clave: la medida. La misma que le sirvió para administrar la buena clase de un animal que no admitía tandas largas y que acabó metido en los adentros. No estuvo delante un segundo más de lo necesario, y a pesar de dos descabellos la plaza pidió la oreja. El gesto estaba consumado y Antonio vivió una salida a hombros a la antigua, con muchísima gente arropándolo y admirando una tarde que nadie de los presentes olvidará.
Puede parecer que todo lo bueno ocurrió en la segunda parte del festejo, pero no es así, porque Antonio ya podía haber tocado pelo en el buen segundo, de Parladé, que tuvo nobleza en medias alturas y al que sólo alguien que gobierna tan bien las alturas podría haber cortado una oreja, pero también lo pinchó. Por delante había echado uno de Alcurrucén que fue bruto y se desengañó tras sentirse podido en la primera tanda. Como tercero saltó uno de Adolfo Martín que le sirvió para poner a la gente de pie con su forma de pararlo sobre los pies, hecha con tanta facilidad como si fuera un tentadero. Después, entre su mala condición, los bregazos y un salto de la garrocha a la remanguillé, el toro dijo nones antes de tiempo y se hizo un pájaro con el que Antonio abrevió. Y es que quedaban todavía tres para intentar, y conseguir, tocar la gloria de Madrid.
🎥 | En VÍDEO, el resumen de la cita que hemos vivido este sábado en la #FeriadeOtoño2019.
— Plaza de Las Ventas (@LasVentas) October 5, 2019
👉 FERRERA triunfa en su encerrona, corta dos orejas y sale por la PUERTA GRANDE de #LasVentas pic.twitter.com/qL9hyK9w84