La primera regla para un matador de toros tendría que ser saber matar un toro, porque ese es el título de su profesión: matador de toros. Tercera corrida de la temporada y paupérrima entrada en La México, que quizás era predecible ya que el cartel no llamaba la atención en su conjunto. Toros de La Estancia de los cuales dos cumplieron de buena manera y se fueron al destazadero con las orejas puestas precisamente porque el matador no supo matar.
Lo escrito por Corrochano es tan verdadero como real: «La suerte de matar comienza con el primer capotazo. Todo cuanto se hace en el ruedo es ir preparando al toro para la muerte, aún hoy que parece olvidada la suerte de matar». Y es que a la suerte suprema ha dejado de serlo, porque no se prepara ni se ejecuta como debiera. Pero no puedo generalizar, hay verdaderos matadores de toros y esos, más allá de los gustos por las formas de hacer el toreo, estarán más cerca de triunfar. No cabe aquí el azar. Mucho menos decir la estupidez de que se ha perdido un triunfo porque «no tuvo suerte con la espada».
El primer espada fue Miguel Ángel Perera, con 7 leguas, un negro bragado con el que nada pudo hacer con el capote. Con la muleta, tanto toro como toreo mostraron sosería. El extremeñpo terminó por fastidiarse y el toro por amarrarse al albero. Se tiró a matar señalando dos pinchazos para después mañosamente salir del paso con un bajonazo. Se retiró en silencio. Con Cristalino, un toro con muchos kilos para este encaste, 595, ya se podía visualizar lo que sucedería. Aunado a los kilos, el toro dio una vuelta de campana. Tres ajustadas chicuelinas y tres tafalleras es lo único que Miguel Ángel pudo decir. En la muleta, la embestida pastueña y moribunda terminó por hacer una faena somnolienta. Nuevamente se tiró a matar dejando otro bajonazo, trasero, para escuchar algunos pitos.
Arturo Saldívar tenía muy claro que se le van acabando las oportunidades y con su primero, Mezcal Blanco, un berrendo en cárdeno, caribello, calcetero y rabicano, salió con la mente clara pero que lamentablemente se le terminara nublando. Con el capote estuvo variado: lances a pies juntos, verónicas y en la simulación del quite, chicuelinas de muy buen corte que calaron en el tendido. La simulación de la suerte nos privó, quizás, de ver a un gran toro que terminaría por ser bueno. El inicio con cambiados por la espalda hizo conectar de inmediato con el tendido, y es que el toro comenzó a tomar de buena manera la muleta, fue pronto y humillaba con clase. Sin embargo, le faltó ese fondo de casta y fuerza. Esto quedó demostrado cuando al intentar una capetillina fue empalado por el toro y éste no tuvo codicia por el torero. Sin embargo, hubo muletazos por el derecho que fueron templados y largos. Y un forzado de pecho con aroma. El toro fue perdiendo fuerza y Saldívar terminó con ese toreo efectista al cerrar por bernadinas. Con la espada, mal, entera trasera y tendida para después de ocho golpes de descabello y escuchar un aviso, saludar en el tercio. Arrastre lento para el de Los Encinos.
Se llevó el lote Saldívar porque Tequila, de 545 kilos, un cárdeno, terminó por ser también un buen toro. Inició con dos largas de rodillas. Una breve vara de Carlos Domínguez en buen sitio. Con la muleta hay que reconocer que tuvo que ver Arturo para que el toro rompiera al darle su tiempo y su aire, pues supo el terreno donde había que llevarse la faena y la distancia correcta tanto para saber cuándo tirar y cuándo atacar al toro. Hubo dos tandas por el derecho en las que mandó al toro de aquí para allá; naturales de gran corte, un par de ellos, terminando detrás de la cadera; y un pase en redondo que sacó un olé general en la plaza. Nuevamente el título de matador de toros lo dejó por los suelos al echar a perder todo lo realizado cuando dejó después de un pinchazo sin soltar un infame bajonazo. Salió a agradecer en el tercio.
El tercer espada fue Gerardo Adame, que con su primero, Reposado, con 515 kilos en los lomos, castaño de capa, trató, intentó y porfió sin resultados. El toro, falto de fuerza, manso y soso, terminó por acabar con la ilusión y la raza que le conocemos a Gerardo. Tres cuartos de espada, tendida y trasera para que el burel tardara en doblar, haciendo larga e innecesaria su agonía cuando lo correcto era optar por el descabello. Silencio. Cerró plaza Mil Amores, un sardo con 522 kilos. Con el capote, Adame trató de enseñar al toro bregando de buena manera. Una mala vara por parte de Cruz Prado. Brindó a Miguel Ángel Perera, su padrino. Otro toro soso y reservón al que logró sacar algún medio muletazo por el derecho. Machacó al final de la faena para sacar, de uno en uno, dos muletazos. Finalizó por manoletinas y se vino otro torero al que el título de matador le cuesta: cuatro pinchazos sin soltar, un pinchazo hondo y tres cuartos desprendida. Un aviso y se retiró en silencio.