Por el piton derecho
Vicente Carrillo Cabecera
Volver
No veo el momento
Opinión. El tiempo se detiene por el coronavirus

No veo el momento

Darío Juárez

No veo el momento de volver a madrugar más que los reventas en día de clavel para llegar con opciones de ver el apartado, procesionar por los bares de costumbre, oír cantar la suerte a Platanito o comprar tabaco en el estanco de Alcalá 227. Tampoco se salva de mi nostalgia ver salir a César Palacios por la calle Bocangel, la espera en los semáforos ante su obsceno guiñar o el vibrar del tímpano tras el grito a traición, y con eco manipulado, de los tenderos que custodian la fachada de la plaza: «¡Hay Coca Cola, agua fría, agua fría!».

Quizás es por mi generosa miopía, pero también cuesta vislumbrar el instante oficina pensando en el cartel de ese día, ¿verdad? De dar las buenas tardes a los porteros, del escalofrío del sonido del clarín que indica el comienzo de temporada, de emocionarte con dos efímeros muletazos, de sentir los chispazos que te engrilletan al cemento, de ver la muerte a pocos metros, de enfadarte o bostezar a un tiempo, de desear llegar a casa para ver repetido lo que te ha hecho levantarte del asiento y romperte las palmas. Saber que estás en ese lugar idílico para compartir impresiones hasta cuando haces cola en el aseo, respetar los silencios, opinar si es preciso, levantarte poco, escuchar mucho y, en algunos casos, cumplir a rajatabla la religión de la merienda.

Quedar en la estatua del Yiyo, en el Paseo de Colón o en la Puerta del Encierro, de blanco y pañuelo al cuello. Por aquellos lares aparecen los corrillos penitentes de abonados vitalicios, vecinos de localidad y desde hace mucho tiempo amigos, que parten desde allí: su kilómetro cero de un día de toros. Jóvenes, medianos y mayores. Conversaciones y perchas diferentes, vocabularios de autor, variedad de conocimientos -o desconocimientos- mezclados en los tendidos por casualidad, pero siguiendo un patrón común: el toro.

El nexo que une esa amalgama de ilustres del empedrado, aficionados de diferentes lugares; figuras de palmas, silbido y pañuelo, personajes variopintos de estampa, corazón e impulso, pero también noveles del graderío, de bolsa de pipas diaria e incluso limitados del hola y adiós. Todos válidos, distintos, pero válidos. No ves el momento de tenerlos delante, preguntarles por la familia y confirmar ante tus ojos que están bien, hablando mutuamente de un mal sueño.

Por desgracia, muchos otros no volverán a las plazas y será duro el día que se pase lista. El coronavirus ha podido con varios de esos aficionados, dejando huérfanos a parte de los tendidos y muy dolidos los corazones de aquellos que compartieron con ellos su afición por los toros. Dos ejemplos y además, habiendo dado un irreprochable servicio a la Fiesta, son el que fuera timbalero de Las Ventas, José Luis García Vázquez, y el ya recordado en estas líneas y librero en la misma plaza, Matías Vegas. Descansen en paz.

Volviendo a mi episodio de morriña, será cuestión de paciencia pero, sinceramente, no veo el momento...

Sigueme en Twitter Sígueme en Twitter @dariojuarezc
Comparte y comenta esta noticia: