Lo decía Luis Miguel Parrado en Twitter y no le faltaba razón: "Nadie se acuerda del mayoral". Y es que tanto él como el ganadero, Julián López El Juli, esta noche deberían haber sido merecidamente obligados a saludar al término del festejo, por el sinfónico y estruondoso encierro lidiado este lunes en Carabanchel, en el que cinco de los seis novillos fueron más que potables para hacer el toreo, destacando 1º, 3º y 5º. Creo que tras la de Fuente Ymbro en 2017 en Las Ventas y la de La Quinta en Villaseca del Alfarero de Oro 2019, la tercera mejor novillada de los últimos cinco años la he visto este lunes en Vistalegre con la divisa de El Freixo. Novillada en la que destacó el apabullante oficio y la denotada torería que demostró un Tomás Rufo que pide a gritos la alternativa. A todo ese conglomerado de emociones se le sumó la fatal y feísima cornada a la altura del bajo vientre a Manuel Perera por el bravo 3º y las ganas sin fuste del salmantino Antonio Grande con tres novillos para haber escrito esta noche en su diario mucho más que eso.
Y se hizo el silencio. Vistalegre era un témpano de hielo. Un lugar petrificado y consternado cuando Manuel Perera entraba en volandas por su cuadrilla a la enfermería de La Chata, con una feísima y sobrecogedora cornada en el bajo vientre al entrar a matar al extraordinario tercer novillo de El Freixo. Una cogida que vino precedida de una faena exigente pero demasiado desordenada del joven extremeño. Delante, ese serio y astifino utrero de El Juli, con una profundidad, una bravura y una fijeza exquisita, privado del pañuelo azul por lo gélida que se había quedado la plaza instantes antes con la cornada. La profundidad de la sangre Garcigrande, con su casta, con su clase y a más. Codicia, pujanza y un final entregado hasta el final de ese muñecazo que viajaba en línea recta, a veces atropellado, otras vibrantes de esa cenefa encastada que se perdía muy lejos de la cadera. Las ganas sin mácula, pues estuvo en novillero, que es como se suele decir y como se debe como mínimo exigir.
Hizo llamar su atención de salida con ese capote con el envés en blanco que se echó a la espalda, con el que fue a recibir a Rebujino a la puerta de toriles. De hinojos y tras brindar en los medios se postró Perera luciendo al novillo de largo. La pañosa presta y por delante abanicaba en redondo el delirante tranco del utrero que se iba hasta el final, repitiendo y asumiendo la exigencia de la media muleta. Ya en pie le guiñaría un ojo a Antonio Grande, cuando le replicaba los muletazos que le había dado el salmantino al 1° por el mismo palo: el contorsionismo. Al entrar a matar, Perera se tiró encima del morrillo y a continuación la tragedia: la estocada, la cornada y la caída, igual de fea que la cogida. El pánico se apoderaba de un Palacio Vistalegre que sabía perfectamente que Manuel Perera no volvería al ruedo, cuando vio al cortejo de peones meterlo en la enfermeria literalmente con las tripas fuera.
Por las tierras del bolo tienen que estar de enhorabuena, pues les ha nacido un gran torero. Un joven talaverano de Pepino que hace el toreo como tantos sueñan y pocos logran. No cabe duda que la novillería tiende a quemar las balas de las ganas antes que las de las formas. Y en el caso de Tomás Rufo eso ya no funciona porque está pidiendo toro como el comer. El toreo de Rufo bebe de las fuentes del clasicismo, del toreo de plantas, atalonado, figura erguida y trazo roto, en diagonal a la cadera aunado al aromático juego de cintura con el que suele acompañar el muletazo, como lo dibujó esta tarde frente al 5°.
A las puertas de la enfermería se fue a dejar la montera en señal de brindis hacia su compañero herido. La serenidad en sus andares y la seguridad que transmite en todo lo que hace, le colman de un aura de misticismo raramente visto en un novillero, que además de torear muy bien es absolutamente impredecible. Del suelo no pasó el boli cuando se me cayó, váyase usted a saber por qué, cuando Rufo escaneaba en HD el cambio de mano de esa torerísima apertura de faena por bajo. Sin apreturas, sin sofocos, a ritmo, con retazos que se entremezclaban con el recuerdo de la brisa torera de Juan Mora. El mando dando paso al temple, éste al desmayo y el desmayo a esa locura que, entre exóticos almíbares freixeños, prendían el Palacio entre fuegos de artificio cuando cayeron por allí dos cambios de mano en fa sostenido. Los naturales con suma cadencia, prologados con el cite a pies juntos y rematados con los desdenes o aquel de pecho infinito. La alternativa ya no es una opción que está ahí, sino una necesidad. Soberbio con los aceros también. Qué decir de las dos orejas...
Una más le cortaría a ese buen 2° y mal picado, que se vio mermado en el último tercio cuando tras las dos primeras series exigentes, profundas y muy poderosas del toledano por naturales, echó el cierre y dijo hasta aquí. Ni que decir tiene que lo probaría también por el derecho antes de volver a tomar la zocata, pero el novillo ya no era el mismo pese a la calidad que había demostrado desde que salió. Lozanos, ¡denle el toro ya a este chico!
Las ganas de Antonio Grande demostraron hoy su hambre en Vistalegre. Hambre que no se refleja en su toreo acelerado, lleno de contorsionismos, sin tiempos, pero a su vez cargado de matices en la manera que tiene tan vistosa de ejecutar las suertes de capote a compás abierto y echando castellanamente los vuelos, como demostró con otro gran novillo de Julián. Utrero castaño, larguito, guapo, con cuello y cómodo por delante, que se entretuvo en entregarse con el salmantino en una larga, profunda y exigente faena, pero despegada, estéticamente arqueada en demasía, muy violenta con los toques y excesiva con las prisas.
Más tranquilo y primoroso, aunque muy lejos de lo esperado por este torero, salió a trastear al astifinísimo melocotón 4° entre las losas de hielo que se reflejaban en las caras de los presentes, que tenían un ojo puesto en la puerta de la enfermería y otro en Twitter, a la espera de conocer noticias tranquilizadoras, como así fueron, de que Manuel Perera estaba fuera de peligro. El doctor Enrique Crespo obraba otra faena de cante grande en el día del tercer aniversario del fallecimiento del ángel de la guarda de la Maestranza: eterno, doctor Ramón Vila.
Del sexto y último de Manuel, también se tuvo que hacer cargo el novillero charro, al cual los aficionados no le pasaron por alto las lejanías con este novillo abismalmente descastado en comparación con el resto de sus hermanos y con el que Grande no supo bailar. Faena muy larga que alimenta el no dejarle en un sitio demasiado bueno por no haber sido la tarde que pudo ser y no fue, con las orejas camino del desolladero, pese al rumbo cambiante y a mejor que puede pegar un novillero en cualquier momento.
Dolor y gloria en una tarde de contrastes. Extraordinario juego de la novillada de El Freixo, aprovechada por Tomás Rufo con un sobresaliente triunfo de tres orejas. Una cortó Antonio Grande y otra Manuel Perera, que sufrió una grave cornada al entrar a matar. pic.twitter.com/MNRUd839VL
— Toros (@toros) May 17, 2021