Borracha de gozo y sorpresa salía la afición arevalense del coso de la villa después de disfrutar del buen toreo de Alejandro Marcos. Con Morante y Juan Ortega por delante, el matador salmantino tipificaba en la tarde de hoy su clásico y templado corte ante dos titanes de la sevillanía. Una soberana actuación frente al tercero de Garcigrande, con un brindis al cielo por el recordado Víctor Barrio en el 5° aniversario de su fallecimiento, ponía a Arévalo del revés, a base de gusto, armonía, temple, suavidad en los toques y un trazo sin mácula desde el embroque hasta el final de ese muñecazo limpio y mandón, que despedía en el envés de la cadera a ese torito de la divisa rojiblanca. Lo quiso saludar con gracia y temple a la verónica, para terminar convenciéndolo con un quite por Chicuelo que hizo efervescer a Arévalo y a siete mocitas locales que preguntaban su nombre de usuario de Instagram para empezar a seguirlo. Sinfonía argumental al natural la del salmantino como antesala de un epílogo a diestras: los redondos, infinitos; el de pecho, en una baldosa; la torería de vacaciones por Arévalo, y éste en pie para recibirla. Dos orejas que se quedaron en una, tras la defectuosa colocación traserísima y tendida de la tizona, después de que el animal girase la cabeza justo antes del encuentro entre ambos.
Al que sí cazó fue al sexto. El más toro de los seis junto con el 4º, el cual salió con muchos pies ansiando las faldas de los burladeros y terminó por dejarse los pitones por dos veces en el albero. Perro ladrador, sin duda, pues se fue consumiendo lentamente en los vuelos de esos naturales en los que Alejandro encontró y les dio un categórico sentido, antes de postrarse de hinojos con el toro completamente entregado en tablas. La estocada, inapelable y en toda la yema, conquistaba de manera más aguda el corazón festivalero de Arévalo para pedir las dos orejas. Más allá de eso, a la tarde la faltaron minutos para seguir disfrutando de su toreo: lo de hoy, el blues de un salmantino entre tenores de la sevillanía.
La minas copiosas de Morante de La Puebla volvían a producir en el pueblo más grande de la provincia las virutas del coltán de esa presta y dispuesta torería que le lleva acompañando en los últimos tiempos. Abriendo cartel a su paisano Juan Ortega, el genio de Sevilla inauguraba el esportón de su tarde con una oreja de un primer torete de Garcigrande al que le costó mucho humillar, y al que pronto enseñó a embestir con los melódicos trincherazos de apertura. Toda la fuerza del animal se quedó en el peto, pero el calor de la faena lo puso el temple impertérrito que demostró Morante con esa mano derecha que acompañaba a la cintura, siendo esta última la que toreaba. Se la echó a la zocata hasta en dos ocasiones, pero el toro no se entregaba, saliendo con la cara haciendo guiños a las banderas. Estocada casi entera, y oreja.
Otra más le regalaron del 4º manso encastado de Domingo Hernández. Un colorado que se fue diluyendo a poquitos, después de haber llevado al jaco de Aurelio Cruz hasta las tablas. El de La Puebla lo probó por ambos pitones, siendo por el izquierdo por el que descaradamente se rajaría, teniendo que salir en su búsqueda tras él por todo el anillo. Dos vueltas más dio para pasear las orejas de cada toro con connotada celeridad, pues hoy tocaba hacer noche en la carretera camino de Olivenza donde mañana torea junto a Ferrera y Ginés Marín con lo de Cuvillo.
Al fin y al cabo, la tarde había tomado tintes sevillanos desde el paseíllo. Con otra oreja, y al rebufo de Morante, se sumaba Juan Ortega. El noblote, feo, ensillado y pequeñísimo novillo de Domingo Hernández que hizo segundo, quiso embestir templado al sevillano y a su capote que, a base de ponerle y quererle, le fue metiendo en los vuelos de sus verónicas: dos, de cartel, y una media que posiblemente no haya terminado mañana cuando vuelva el público a la plaza para ver la de rejones. Entre trincherazos y pases de la firma lo fue sacando más allá de la segunda raya. El deleitoso temple del sevillano se engarzó a la confiada, asentada, pero efímera embestida que le regaló el novillete por el derecho, ya que por el contrario venía muy a su aire, y todo lo que hacía daba la imperante sensación de descomposición. Media estocada, y oreja. Más otra de un 5º al que saludó de catedralicias maneras a la verónica, sirviendo como antesala de unas chicuelinas al paso con mucha solera para colocar al toro frente al jaco. Detalles de más torería los que sumara en el último tercio antes de que el animal se aplomara y echara la persiana, dejando patente su cantada y evidente falta de casta.
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Arévalo. 2ª de la Feria de San Victorino. Casi lleno permitido en tarde calurosa. Se lidiaron cuatro toros de Domingo Hernández y dos de Garcigrande (1º y 3º), de irregular presentación, chicos en su mayoría; muy venidos menos 1º y 6º, sin fuerza el 2º, noble y obediente el 3º, manso encastado el 4º, y aplomado y descastado el 5º.
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Morante de la Puebla (azul pavo y oro): oreja y oreja.
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Juan Ortega (sangre de toro y oro): oreja y oreja.
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Alejandro Marcos (malva y oro): oreja y dos orejas.
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Se guardó un minuto de silencio en memoria de Víctor Barrio, en el 5º aniversario de su fallecimiento en la plaza de Teruel.