Hay cosas que es mejor verlas y sentirlas que esperar a que te lo cuenten. Por muy bien que yo lo intente hacer en esta crónica, querido lector, no llegaré a la altura de lo que Emilio de Justo dispuso sobre el albero illescano. Ni de lejos. Ni en ésta ni en mil vidas. La verdad más absoluta. El toreo puro, clásico, natural, aplomado y ortodoxo. El toreo eterno. El que gusta a todos y a todos pone de acuerdo. Sin fisuras, ambages y tibiezas. El que inyecta afición por raudales para aquellos que peregrinan por el desierto sin encontrar su camino de un tiempo a esta parte o, también, para aquellos que un día se perdieron y les cuesta volver al redil. «Gracias, Emilio» le decía un aficionado desde el tendido a grito pelado. Hago mías sus palabras. Gracias, Emilio. Hoy soy más aficionado que ayer.
La carta de presentación de Emilio de Justo no pudo ser mejor, en cantidad y, sobre todo, calidad. Un ramillete de verónicas de cartel sobresalientes para decir aquí estoy yo. A su primer antagonista, Caralimpia, casi ni se le picó. Y así llegó él a la muleta, sin abrir la boca y a lo que le pidieran. Emilio tardó en encontrarle el aire, pues no fue hasta la tercera serie por el derecho cuando de verdad rompió la faena, maciza a partir de ese momento. Entonces sí, afloró ese toreo de alumno aventajado por puro y ortodoxo, bien cantado en el tendido. Al natural también hubo algún muletazo con peso y sabor, pero no a la altura del interesantísimo pitón derecho. La última serie, toreando al natural con la diestra, abandonado y desmayado, cruzándose a pitón contrario y toreando con un gusto exquisito, bien valió la entrada. El espadazo, tendido, bajó la temperatura. Primera oreja de la tarde.
Se estiró con gusto a la verónica también con el Matanegro que hizo cuarto, que escuchó algunas palmas de tango por un aparente problema en los cuartos traseros. Eso propició que la faena tardara en alzar vuelo, y es que al burel no se le pudo exigir en demasía y Emilio tuvo que llevarlo a media altura, sin rematar por abajo. Aún así, el muleteo resultó lucido por el nivel de exposición y el grado de naturalidad que imprimió a todo lo que hizo. Mejor por el derecho que por el izquierdo, y es que por este último ofreció mucho menos, por lo que todo tuvo que ser suelto y de uno en uno. Todo terminó cuando el blandito se echó en las postrimerías de faena. Dijo que hasta aquí. Literal. El estoconazo fue fulminante. Así cobró su segunda oreja.
Lo mejor, de largo, llegó en el sexto capítulo. Cerró el duelo un cuajado Arlequín, que hizo sonar el estribo en la jurisdicción de un buen varilarguero. El quite fue espectacular, con ajustadísimas chicuelinas, una media y una revolera. Tras brindar al público, ni probaturas ni leches en vinagres. Una primera serie de doblones templadísimos y con un gusto sublime. A este aperitivo sucedieron, como primer plato, tres tandas por el derecho con una hondura superlativa. Un trazo de muletazo de matrícula de honor. Verdad y pureza absoluta. De nuevo abandonado. Extracorpóreo. La diestra toreando y la zurda desmayada. El segundo plato fue el toreo al natural, y alguna pincelada quedó en forma de remate por abajo. El postre fue retomar de nuevo la diestra para terminar de convertir la plaza en un manicomio. Y a todo esto, un toro extraordinario para muleta, con veinte cortijos en el pitón derecho. Obra mágica de principio a fin. Dos orejas como dos castillos.
Vamos con Miguel Ángel Perera. Su tarde, aunque de vacío en lo numérico, también fue positiva. La espada lo aguó casi todo. El Medianero que abrió festejo empujó con la cara arriba en el peto antes de que el diestro quitara por cadenciosos delantales. Más que interesante resultó el genuflexo inicio muleteril entre las dos rayas, torerísimo y templadísimo el extremeño, aprovechando la movilidad del pupilo de Rehuelga, que tuvo fijeza y recorrido por ambos pitones. Pero especialmente mucha calidad en un pitón izquierdo de altos vuelos. Por ese flanco el animal se los tragó de todas las formas posibles. Por el derecho la faena no tuvo la misma intensidad. Lo dicho: con la espada no refrendó la labor, pues un metisaca afeó lo dispuesto.
Al segundo de su lote, Matanegro, solo se le señaló la suerte y eso fue algo que protestó el público, pues se les privó del tercio. El parlamento de Perera se sustentó en el pitón derecho de inicio, que embarcó en tandas de cinco y el de pecho. En su concepto y sin demasiadas apreturas. Cuando cambió de mano la obra transcurrió de otra manera, incluso mejor. En su mejor versión, hilvanó muletazos profundos y largos como un día sin pan. Tiró el estoque simulado y se abandonó por completo. Perera se olvidó de donde estaba y de lo que había en juego. Sólo toreó, que se dice pronto. Y lo hizo como los ángeles, templando con un gusto supremo en pinceladas por abajo torerísimas a otro buen santacoloma. Sólo el fallo a espadas emborronó algo de tanto valor.
Con Mediogramo, que fue el más montado y engatillado del envío santacolomeño, destacó con los palos Curro Javier y Ambel en las labores de lidia. Perera dispuso, pero lo cierto es que faltó comunión en los primeros compases de la instrumentación. El de Rehuelga no terminó de ser franco y todo lo que hizo fue moverse sin demasiada transmisión, por un lado y por otro, y aquello fue como un pan sin sal. Un sí, pero no. Anduvo voluntarioso el matador, aunque en cierta medida faltó apostar de forma contundente