A cara de perro, evocando aquella fecha de los noventa en los que los acartelados se veían con un cartucho como moneda de cambio para sobrevivir. La Maestranza volvió a ver a seis matadores jugándoselo todo en su preciado albero con una corrida seria de Virgen María.
El primero (con el hierro de Santa Ana) fue aplaudido de salida luciendo un cuajo imponente. Oliva Soto sacudió los nervios de quien vuelve a su plaza con un ramillete de agitadas verónicas. El toro agradeció el tiempo que el camero le dio tras una voltereta que debilitó al animal. La faena transcurrió entre el querer agradar y el buen gusto. Le cogió el aire rápido y templó cuando debía hacerlo. Una estocada valió la resurrección de un torero que aún tiene mucho que decir. Oreja de ley.
El segundo turno estuvo marcado por la falta de ideas. Basto y sin hechuras, el toro marcó la necesidad de terrenos en la primera tanda. Esaú no comprendió aquel factor y aquello se diluyó como un azucarillo quedando sólo el ímpetu del torero. Algún circular de gran factura completó el trasteo. Buen segundo de Virgen María.
El desmayo de Javier Jiménez a la verónica avivó a la Maestranza. Qué manera tan sutil de echar los vuelos y de acompasar la embestida para que la plaza se deshiciera en unos olés plenos en sinceridad. El quite de su hermano menor tampoco fue moco de pavo. El toro comenzó a mansear nada más echarse la muleta a las manos el de Espartinas. Teniendo que navegar en un mar de irregularidad por la embestida, Javier expuso verdad y colocación con unos naturales de enjundia. Una pena el lío con la espada. Ovación.
Al castaño cuarto le falto la vida que necesita una faena de Borja Jiménez. Brindó a su hermano en un detalle precioso. El mejor de los dos mostró una serenidad y una claridad de mente sensacionales pero la pena acabó donde acababa el tercer muletazo, en los tobillos del torero. El animal no dio para más y sólo pudo dejar una serie exquisita de naturales.
A colación de una lidia desordenada y carente de sentido, el precioso burraco que hizo quinto fue una continuación del cuarto capítulo. Ni principios ni finales. Lama de Góngora se colocó como los ángeles sin encontrar una respuesta que aprovechar por parte del toro.
El suceso de Ángel Jimenez en el sexto se debe contar como lo que es: una evolución maravillosa. El toro estaba extraordinariamente presentado, bajo y armónico a más no poder. El astigitano no pudo lucirse con la capa, pero con la franela lo hizo de lo lindo. Entendió el entendimiento que precisaba la embestida del animal y armó una obra plena en cadencia y en saber esperar para tirar del animal después. La profundidad de los muletazos iba in crescendo y aquello cogió vuelos de nivel. Torería a raudales. Mató de una estocada soberbia y cortó una oreja de ley. Sensacional.