A más de tres cuartas partes del escalafón de matadores es posible que les haya costado coger el sueño esta noche después de ver lo de ayer tarde en Sevilla. Ponerse a cavilar sobre algo así no debe ser tarea fácil cuando muchos aspiran con lo mínimo a tocar lo máximo sabiendo que, si lo máximo es lo que estaban viendo sus ojos, alcanzarlo es sencillamente imposible. Para ellos y para cualquier mortal.
Al relajo de Morante esperando a que su Búfalo le trajera al sobrero de Garcigrande desde las tablas de sol para cerrárselo con fatiguitas en el burladero de capotes, le acompañó la gracia vacilona del genio cigarrero o ese “ayyy, ¿capazao?” hacia un Lili que miraba al jefe con cara de estarse cagando en sus muelas. Y a ello, el inicio mandón por alto y por bajo, la trincherilla, el cambio de mano a pies juntos, “el sístole sin diástole ni dueño”. El rimbombante menta y azabache en movimiento. La escena solemne, verbalizada, adherida a la brava y codiciosa embestida de ese Ballestero 4° bis de Justo Hernández que pedía un torero de verdad. Qué suerte tuvo el charro, pues lo tenía delante al gachó.
Morante ayer sacó a pasear a la historia, como paseó a Olona por Sevilla la última tarde de Aguado. Y la llevó a los toros trajeado en un gris ceniza, tocado con un sombrero cordobés de horma alta como los que gastaba José. El día previo al suceso, venía de bajar del bronce a Pepe Luis para hacerlo carne y homenajearlo por el centenario de su nacimiento, pero Sevilla no se enteró. Sin embargo, lo de ayer trascendió a lo meramente taurino. Morante encharcó a la Maestranza de verdad, aplomo, torería y valor, haciendo la faena de las faenas, de la feria de las ferias, rindiéndola definitivamente a sus pies. Porque cuando saca la escoba se queda solo. Tú solo, como diría y dirigiría Teo Escamilla.