La segunda del abono isidril traía en el cartel un desigual pero interesantísimo encierro de Los Maños, con el que no pudo una terna de novilleros avasallados por las buenas y generosas embestidas de los cárdenos. También por el silencio peligroso y por momentos compungido de Madrid. Conocer la plaza de Madrid, pese a ser el día de tu debut, debería ser una asignatura de escuela. Por lo que pueda pasar en el futuro. Como por ejemplo, que llegue un día en el que un novillo, en ese ruedo, te regale veinte embestidas por derecho. No sé, llámame loco...
Pues ese día llegó. Y no embistió uno, embistieron cinco y medio: bravos en varas a excepción del 2° y con sobrante de fondo en el último tercio. Un Gilio mandón y muy hecho era herido por ese gran 5° al que no pudo dar muerte. Carlos Domínguez se encargó de ello, como de ver caer por el desfiladero el triunfo cantado que se llevó enredado entre los pitones hacia el desolladero el extraordinario Saltacalcelas que hizo 1°.
Como una Black and Decker en un tablón entró el pitón izquierdo del 5° de Los Maños de lado a lado en la pierna de Arturo Gilio tras verse descubierto en un natural. El mexicano se había gustado con el utrero en un toreo relajado y en redondo por el derecho tras cantárselo al peón de brega en la salida del jaco, con el que fue concatenando series de muletazos en el terreno de tablas, cuando el toro le estaba diciendo con esa divinidad en su embestir que se lo sacara para fuera. Gilio no obedeció y quizá sea esta noche desde la cama de La Fraternidad cuando le duela más no haberle pegado esos quince que le dio con gusto, pero en los medios y sin asfixiarle, que la propia cornada. Porque si eso hubiera sido así, y novillo y novillero responden, se cae Madrid.
Muy mucho se lo pensó todo el lavadito 2° a la hora de embestir. Repuchó el castigo en el primer encuentro. Lo colocó de nuevo pero allí no se movía ni novillo ni caballo. El utrero pecaba de tardo y por momentos reservón, pero una vez que arrancaba a embestir ya no paraba. Se movió y se acabó dejando por el derecho. Gilio le tapaba la salida en las rayas para ganarle inercias. Más desordenado por el zocato se mostró el mexicano, pese a ser el flanco por el que el novillo embestía con más clase.
Llegó un momento en que pensé que Carlos Domínguez estaba esperando a que le sonara la música en Madrid, cuando salía airoso de las series que le recetó al novillo que abrió plaza. Sin prólogos de medio pelo se puso a torear entre las dos rayas. Lo sacó de ahí y le pegó otros tres muditos. A Madrid le costaba entrar en la tanda y en la tarde hasta que se echó la muleta a la diestra para engarzar dos series de derechazos llevando largo a Saltacalcelas. Domínguez estaba enseñando la clase del animal de Los Maños a Madrid, como Daniel Barbero se lo enseñó con un hermano del mismo nombre en 2019. Pero allí faltó solemnidad, espacios, reposos; como si no fuera consciente de dónde estaba y de la importancia que estaba adquiriendo el novillo. Como también se echó en falta una vuelta al ruedo para ese gran animal, que a la postre no sería concedida. Con el 4° pudo decir algo más de lo que no dijo, pero tampoco caería esa breva. Demasiado vulgar todo con otro animal que se dejó.
Digamos que el lote menos alegre o más soso en la muleta fue el de García Pulido, que debutaba de luces en Madrid como sus compañeros, tras haberlo hecho en el Festival que organizó la Comunidad el 2 de mayo del pasado año. Muy obtuso y cuadriculado se le vio con un tercer torito al que hizo peor y por el que no apostó, como con el sosete 6° al que no le quiso ganar ni un pasito siquiera para llegarle y que dijera algo más.
Porque lo que la extraordinaria novillada de Los Maños se llevó fue mucho que torear y demasiadas orejas hacia el desolladero.