Se ha burlado de la feria para ponerla patas arriba. Como si la púrpura no le pesara en la caída torera de sus párpados. Ángel Téllez ha reventado San Isidro haciendo el toreo eterno; el elixir del brujo que psicodelizó los sentidos de las 23.000 personas que lo lanzaron en tromba por la Puerta Grande. La vida eterna consistía en trocear corazones poniendo el corazón. Y el moracho lo sabía, pero sobre todo lo tenía y por eso estaba aquí cogiendo la segunda vacante de Emilio de Justo tras el suceso con la de Aráuz. Los desagües de la M-30 terminaban por succionar los últimos resquicios isidriles del vulgarismo ilustrado; sacar la escoba y acabar con el cuadro. Que caigan días y vengan noches. Ángel Téllez: el toreo.
La cesta del almedrero corría peligro en el apoyo de la piedra cuando Ángel Téllez se echó la muleta a la mano izquierda. Delante, la estampa seria del sexto Victoriano y sus cuajadas hechuras -a diferencia de muchos de sus hermanos-, que había respondido al caballo y al par de tandas de inicio y a más por el derecho poniendo a Madrid con la lengua fuera. Rendir la plaza suponía catedralizar el toreo con esa mano, encajar los riñones en un columbario de arena y traerse al toro cosido en esos vuelos que llegaban hasta el sitio donde cuelgan las babas. La muñeca de Téllez volatilizaba el embroque para hacerlo perfume en los finales. Y los de pecho a la hombrera contraria calándose al toro de costado a costado. Olía a pan recién hecho, a madrugada de mayo a las nueve de la noche. Quedaba una más por el derecho para sucumbir al delirio. Pulso, bragueta y torería. Aquello estaba al dente, Madrid en pie y la de verdad en el canto de las tablas esperando a ser empuñada. No sin dibujar antes otros cinco naturales con la punta de las zapatillas siempre mirando al toro. Pinchazo, estocada tendida y un descabello. Oreja. La Puerta Grande se volvía a abrir para un torero de Toledo.
Otra orejita tras una estocada caída le concedieron con el 3°, el otro del mejor lote, y al que ató en corto por el derecho, teniéndole que llegar mucho al tardo victoriano que se lo regaló todo en un metro cuadrado. Pero porque Téllez se lo propuso con una verdad impropia que ya erupcionó con ese torerísimo inicio por doblones y continuó cuando en el segundo muletazo empezó a descolgar los hombros y a llevar empapada la embestida hasta atrás. Se puso por el izquierdo, pero el toro no era el mismo y la intensidad bajó. Que ya se encargarían aquellos ayudados por bajo de chorrear torería. Y el del desprecio que tumbó la Monumental.
Hubo un tiempo en que a Talavante en Madrid le tiraban gallos y bastones cuando cortaba las orejas. La simbiosis entre esta plaza y el extremeño era idílica, sacada de un cuento que parecía no tener fin hasta 2018. Alejandro sigue siendo esclavo de su destino precipitado para reaparecer con cuatro tardes en San Isidro, viniendo de matar toros en el campo sin la presión de una plaza y de una feria de esta guisa en los costales. Y a la tercera tarde, hizo rugir a Madrid cuando sujetó al manso 2° en los medios, rodilla en tierra, perpetrando un inicio escandaloso. Como los de antaño. Pero ahí se quedó el toro y Alejandro al hilo del pitón; no había inercias para ligar porque el de negro estaba sin datos. La invalidez del 5°, sonrojante de presentación para esta plaza, fue otro capítulo más que emborronar.
Diez muletazos buenos ha dado Diego Urdiales en esta feria. Porque le salió el teledirigido que hizo 4° y las perlas sevillanas de Arnedo no estaban dormidas del todo. No sería raro cuando el riojano no había sabido meter mano, de ninguna de las maneras, a los tres toros que ha había dado muerte en la feria hasta ese momento. Y ese 4° tenía lo que tenía.