A Pamplona hemos de ir. Y San Fermín volvió a reinar en su día grande después de tres años negros. Los seis de Cuvillo y la recua de bueyes como comparsa regalaron un encierro limpio y rápido, con el último tramo de Estafeta como el lugar idílico para coger toro con ese tranquito sostenido que traían los de El Grullo. El milagro se obró cuando el tapón que empezó a ser y no fue terminó por deshacerse a la entrada de la plaza. Plaza que volvían a engalanar peñas y charangas en el día de su centenario, con una corrida mixta que abrió Pablo Hermoso de Mendoza a caballo cortando dos orejones como dos soles, después de una faena de menos a más, destacando el toreo de costado, a dos pistas y por dentro, entre las tablas y el toro, con Berlín y las piruetas y quiebros en un palmo a lomos de Índico.
Por la Puerta del Encierro le acompañaron a hombros El Juli y Roca Rey, después de que este último reconquistara Pamplona tras el parón de la pandemia, con otros tres apéndices y esa mentalidad arrolladora que vació en forma de entrega sobre la monumental navarra. Tenía a la plaza en el bolsillo desde que echó las rodillas a tierra para iniciar la faena desde los medios con el impresentable jabonero que hizo 4° (adiós al toro de Pamplona). El peruano volatilizó la prioridad de la merienda para centrarse en esa cosa de Cuvillo que se estaba pasando por la espalda unas veces y por la bragueta otras tantas; valeroso, templado y con una rotundidad infranqueable que cerró por manoletinas. Más asentado y encajado se le vio con el último, con el que primó el toreo fundamental y la difícil facilidad del temple. De hinojos epilogó la obra, antes de enterrar el acero al segundo intento. Avasallando, que es gerundio.
A nadie dejó indiferente Morante cuando apareció en el patio de cuadrillas vestido con un traje de chaquetilla grana e hilo blanco, y una taleguilla blanca entera. El guiño sanferminero y la originalidad estaban servidas. Las críticas también. Pero Morante volvía a Pamplona nueve años después para torear; para torear los toritos de Cuvillo por los que ha ido a San Fermín. Y entre el jolgorio de las peñas en su día grande esculpió una obra de orfebrería frente al 5°, con el que ya se había gustado a la verónica templada en el quite. Y el bien torear volvió a brotar de sus manos con aquel inicio por bajo rodilla en tierra. Y el toreo a pies juntos con el pecho. El compás, el ritmo, la cadencia que despedía la armonía de su cintura al paso del de Cuvillo. Menos reunido y con menos acople se citó con él por el izquierdo, antes de enterrar la espada recibiendo. Una oreja se llevó de ese. Muy torero también con el otro, el 2°, con el que volvió a Pamplona casi una década después, y con el que regaló torerísimos y armónicos detalles que no redondearon una obra compacta. Pamplona tampoco se enteró. El qué y el cómo, he ahí la cuestión.
El Juli fue el otro nombre que traía el cartel extraordinario del centenario de la Monumental de Pamplona. Una oreja paseó el madrileño de cada uno de los astados sorteados de su lote, destacando la entrega por abajo y por el derecho frente al que hizo 3°, no así por naturales, muy aliviados y hacia fuera en una larguísima faena. Sin conocimiento... La empalagosa técnica sobradamente depurada le hizo vender "la contienda" del penúltimo como una más: sin ajuste, sacando al toro de la suerte y matando de esa manera que acostumbra y que a veces, como pasó con en su primero y le dio igual, da hasta grima.
Centenario redondo en la Monumental de Pamplona. Pablo Hermoso, El Juli y Roca Rey abren la Puerta Grande. Actuación rotunda del peruano, que corta tres orejas. Maestría de El Juli y Pablo Hermoso y torerísima tarde de Morante ante una buena corrida de Cuvillo y Carmen Lorenzo. pic.twitter.com/9WWVW0iaAy
— Toros (@toros) July 7, 2022