La semana de farolillos se inauguraba bajo la pesada carga del recuerdo. A todos nos salía la sonrisa de la felicidad por la maravillosa experiencia de aquel espectáculo rico, pleno, sincero en entrega, verdadero en toreo y bello que se dio el sábado en este mismo albero. La plaza estaba cubierta por una manta de calor insoportable que hizo que los tendidos de sol tardaran en terminar de poblarse y completar un “No hay billetes” que se colgó hacía ya una semana. Venía un servidor tocado de oídos y de sensibilidad camino del Real, dándole muchas vueltas a la cabeza: seis voces me habían aventurado el triunfo que hemos soñado todos para uno de La Puebla. Ojú. Nos equivocamos, pero aún así, hubo mucho que contar…
Para cuando el calor ya estaba amilanándose, bravura. Para cuando el desatino y el cabreo preocupaba, toreo puro. Emilio de Justo habrá tenido capítulos en su vida más templados y compactos que este tercero de su segunda comparecencia en Sevilla, pero no más emocionantes ni explosivos. Cantó un punto, un puntito la gallina en el segundo muletazo de la primera serie al torazo de Olga pero a partir de ahí, emoción enfrascada en una embestida llena de picante, de explosiva casta… y de dulce clase. A ese punto ha llegado la selección. A desatar un torrente y a la vez una dosis justa de dulzura. En una mar de emoción, allí se encontró este toro con Emilio de Justo, el torero destinado a reventar la Maestranza con un látigo de privilegiados. Era tremendamente difícil estar a la altura de un toro que la intensidad la tomaba por costumbre, que incluso la aumentaba cuando Emilio le imprimía más nervio a la cosa. Un arrebato. Filósofo, número 13 de Olga Jiménez y Emilio de Justo. El encuentro de la belleza y la potencia, del ritmo y la clase, del poder y del temple. El encuentro de la verdad del toreo. Dos orejones y una vuelta al toro clamorosa.
La tensión se palpaba en el ambiente, ese mismo que antes De Justo había caldeado. Todos lo queríamos, todos lo ansiábamos, pero no pudo ser. El sexto fue un marmolillo que sucumbió a sus nulas fuerzas.
El trofeo concedido a Morante en el cuarto no tenía peso artístico -que sí de pundonor- si no de compensación. El error garrafal de Gabriel Fernández Rey lo enseñó de nuevo Jose Antonio cuando al recoger la oreja, esté la dejó en el estribo del burladero de matadores. El inicio fue portentoso, pleno en la intensidad de la torería, del temple. Dos trincherillas, tres desdenes y un pase de pecho descomunal. A partir de ahí el cigarrero rayó a gran altura ante un toro paradito, poniéndole la entrega que a este le faltaba entre una intermitencia tapada por la riqueza de un torero largo, larguísimo en recursos. Pasábamos ya las 20:30 tras una vuelta al ruedo que se hizo eterna.
No empezaba bien esto. Tuvo que salir el primero sobrero tras una lesión del titular que le correspondía a Morante. Al sustituto sólo le salvaba la cara, los cuartos traseros eran para no comentarlos. Pese a cargarse el toro en varas, el burel aguantó un trasteo larguito de José Antonio que fluyó en las dos variantes del diestro sevillano: la que reviste poso, tranquilidad y un gusto inimitable y la atacada en pasión y pundonor en pos de que aquello temine de romper. La realidad pasa por admitir que este trofeo sólo lo corta alguien como el cigarrero y después, porque a Sevilla no la reconoce ni la madre que la parió. En primer lugar por no pedir un trofeo con la intensidad que merece un trasteo así y de nuevo y por enésima vez, por un presidente que ignoró una mayoría de pañuelos tras una faena coronada con la espada arriba. Morante tiró la montera airadamente tras saludar y ya en el callejón, volvió la cara al presidente en un enfado morrocotudo. Lo entiendo.
Talavante se encargó de quitarnos el cabreo con unas verónicas a pies juntos plenas en ritmo, templadas desde el enganche y vaciadas con un sabor mayúsculo. Cuando cogió la zocata, se puso de hinojos y ralentizó la embestida con derechazos largos. Tenía el “pequeño” trago que pasar Alejandro de unas miraditas curiosas del negro pero cuando este venía embebido, respondía con creces. El extremeño anduvo superficial, más preocupado por agradar que por imprimir suavidad para que aquello calara. El toro tenía para más. Acelerado y sin regularidad en el trazo, se atascó mucho con la espada. Escuchó palmas él y ovación el toro… En el quinto al extremeño le faltó colocación, cruzarse más para cruzar la línea y traspasar la piel con tal de emocionar.
Ficha del festejo:
Plaza de toros de la Real Maestranza de Caballería de Sevilla. 8ª de abono. Lleno de “No hay billetes”. Toros de García y Olga Jiménez (3°): De variadas hechuras y juego. Extraordinario el 3°, de nombre Filósofo, premiado con la vuelta al ruedo.
Morante de La Puebla: Ovación con saludos tras petición y oreja.
Alejandro Talavante: Palmas y silencio.
Emilio de Justo: Dos orejas y ovación de despedida.