Ni el tremendo viento que embellecía las banderas maestrantes pudo borrar la huella del toreo. Día dos después de Morante y la historia seguía pesando como una losa en los hombros de las once mil quinientas personas que venían dispuestas a saciarse de toreo. Este iba de vueltas: de una primera figura francesa que se ubica en el abono como si no se hubiera ido, de un peruano que sigue con los ojos inyectados en sangre por calar en el aficionado de aquí y de uno de San Jacinto salpicado por el don de un toreo macerado en las almazaras del temple y la naturalidad. Todas esas circunstancias quedaron borradas por una mansada de Victoriano que a todos nos cogió por sorpresa.
Antonio Chacón acostumbra a hacerlo todo bien. Al fin y al cabo es lo que le distingue de los demás, lo que le pone seis o siete escalones por encima. Qué dos pares le zampó al finísimo tercero, al que le brillaba el bellísimo pelo negro que lucía. Roca Rey ordenó a Viruta que dejaran al toro tranquilo en los bajos del doce y sólo en la primera tanda y tras brindar al respetable, ya templó más que en sendos trasteos que acabaron por firmar aquella salida a hombros mirando hacia Triana de hace una semana. Vertical, corriendo un trazo regular y que ordenaba bien al burel, imprimió Roca mucho mando. Cantó la gallina de forma descarada y como le pasó al compañero de cartel que le precedía, él también terminó por cansar. La orejita cayó tras un bajonazo vistoso que el presidente, al parecer, no percibió.
Roca Rey finiquitó la tarde con un burraco que a regañadientes intentó meter en el canasto. La realidad, una vez más, pasa por reconocer el valor del peruano -que se metió entre los pitones- y la chabacaneria de un público bullanguero, faltó de conciencia respecto a donde están y con una sed de triunfalismo indecente. El presidente aguantó estoico a once mil personas que querían sacar otra vez por la del Príncipe a Roca Rey. Menos mal.
El primero, uno con hechuras de buey de carretas, se le fue al pecho a Castella cuando este iba en ánimos de agarrar la embestida. Como se suele decir aquello de que lo que las hechuras no engañan, así terminó ocurriendo. Todo lo que llevó dentro fue mansedumbre aunque con un puntito de esa clase cómoda que permite estar allí. Sebastián, en 2017, sorteó en este coso un burel de mismo nombre y ganadería que fue premiado con la vuelta al ruedo y que para nada, se pareció a este prenda. El francés anduvo fácil y templadito y recogió la justa ovación que se merecía. La corrida caminaba ya por la hora y diez cuando saltó al ruedo el bajito cuarto, un castaño listón que siendo brusco y bruto, recibió aún más brusquedad por parte de Castella. Tampoco hubo chicha en este.
El penúltimo toro de Juan Ortega en la feria topó en todo momento y además, apretando hacia los adentros. El trianero nos enseñó que aquello no iba a respirar con la salud de los grandes trasteos, pero de ahí a pasarse de faena hay una delgada línea que si se atraviesa acaba pesando en el de arriba.
El paradigma del toro bravo se dibujaba en las hechuras y las pintas del precioso quinto. Aldeano fue un animal bellísimo que pedía pinceles y artistas que dejaran su estampa para la posteridad. Juan Ortega quedó inédito de capa en la tarde y este, también desprendió el hedor de la cobardía, de quien a la mínima desea huir del destino. El sevillano hizo todo a su favor y ni aún así. Pegó el animal tres arreones que pudieron acabar mal. Un bajonazo acabó con un capítulo más en blanco.
Ficha del festejo:
Plaza de toros de la Real Maestranza de Caballería de Sevilla 12° de abono. Lleno de “No hay billetes”. Toros de Victoriano del Río y Toros de Cortés: Bien presentados salvo el 1° pero mansos en líneas generales.
Sebastián Castella: Ovación con saludos y silencio.
Juan Ortega: Silencio y silencio tras aviso.
Roca Rey: Oreja y oreja con fuerte petición de la segunda.
Se desmonteraron Antonio Chacón en el 3° y José Chacón en el 4°.