Por el piton derecho
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'Supermanes' mexicanos
A pies juntos

'Supermanes' mexicanos

José Antonio Ayuste

Pocos personajes fantásticos me han atraído tanto como Superman desde mi más tierna infancia. “¡Ala! ¡Menudo panoli!”, estaréis pensando. Pues sí. Es cierto. Recuerdo aquellas noches de invierno de los primeros años noventa, juntos en familia y al calor de un buen brasero de ascuas de estufa de leña. Aquel calor que se quedaba retenido durante un buen rato bajo las faldas de una mesa de las de antes. Porque en esos años ya lejanos casi nadie gozaba del privilegio de una buena calefacción de gasoil. Y en la pantalla el inigualable Christopher Reeve. ¡Cómo olvidarlo! ¡Cómo no acordarse de aquel gran actor, el Superman auténtico! El inimitable. Aquel que increíblemente podía volar con la única ayuda de su capa y sus poderes infinitos.

Pero ese mito con el que tanto me ilusioné terminó un día y ya nada fue igual. Me quedé vacío de héroes. Ni que decir tiene que los nuevos supermanes que han llegado en los últimos años a las pantallas no le llegan al original ni a la suela del zapato. Evidentemente es mi opinión. Sólo eso. Soy consciente de que el que tiene opinión tiene enemigos -aunque sean cibernéticos-, y yo no voy a ser menos. Pero con toda la alegría de mi corazón, he de decirte, amigo, que ese vacío que me dejó el ídolo americano se ha visto reemplazado en los últimos tiempos por otro tan grande o más que el primero: el toro mexicano. Ese toro tan justo de presencia, tan anovilladito, tan dócil, tan colaborador, tan descastado… Ese toro que embiste tan lento, tan lento, tan lento, que aburre de manera infinita. Ese toro, el mexicano, que procede en un 95% de Saltillo pero que poco o nada tiene que ver con el auténtico animal que ese encaste tan mítico regaló a las páginas más gloriosas del toreo. 

Lo que se ha podido ver durante estos días en algunas plazas del país mexicano es de juzgado de guardia. Y cómo no, con toreros españoles de por medio. Y es que los animales que hemos visto lidiar en plazas como Huamantla, Pachuca o Juriquilla han sido totalmente indignos para una Fiesta que presume de contar con héroes en ella. La capital, México, no se queda atrás, como tampoco lo hace San Luis Potosí o el mismo Aguascalientes. Muchos estaréis pensando que ese tipo de toro al que estoy atacando le pegó el otro día una cornada a Juan José Trujillo o casi le arranca la cabeza al torero mexicano Juan Luis Silis en Pachuca. Cierto. Y reconozco que cualquier toro, por chico que sea te puede matar en un segundo. Nunca lo he negado. Pero al menos ese animal debe ser digno. Debe dar miedo. Debe hacernos pensar que cualquiera no es capaz de ponerse delante de él. Debe ser armónico y estar bien presentado. Y lo que es más importante: debe ser encastado, no un pobre animal bobo y tontorrón que no transmite ningún peligro. Creo que me he explicado bien.

El encaste Saltillo, a pesar de estar muy aguado en México, es un gran encaste. De los más importantes por trayectoria e historia de todos los tiempos. No lo critico. Al igual que no critico a otros con los que sería más fácil meterse. Ni critico tampoco a las ganaderías. Yo critico los dedos que mueven esos hilos. Las manos que mecen esa cuna y que moldean los encastes a su antojo, convirtiendo lo que un día fue bravura en nobleza y toreabilidad. Por lo tanto, la culpa es única y exclusivamente de los ganaderos por hacerlo y por hacer caso en muchas ocasiones de los toreros que les aconsejan. Y es que el picante no gusta. Ni en la comida ni por supuesto en los toros.

Como digo, lo de México es para echarse al río. Para mear y no echar gota. No me sorprende que en todos esos charcos estén los de siempre, es decir, Juli, Morante, Talavante, incluso Silveti. Lo que me llama la atención es que esté Iván Fandiño. Y ahí sí que suenan todas mis alarmas. A pesar de ello y de que algunos empresarios y toreros lleven años convirtiendo la temporada mexicana en una verbena festiva donde todo vale y lo principal es pasarlo bien y cortar muchas orejas, hay que reconocer que al menos un sector de la afición mexicana no es tonta. Y si no que le pregunten a Enrique Ponce por lo del año pasado con el ganado en Querétaro. Todavía no se lo han perdonado, y eso que Enrique es allí un Dios como en su día lo fueron Manolete, Camino o el propio Niño de la Capea. 

Esta gente tan festiva se puede enfadar y prueba de ello fueron las protestas del domingo pasado a varios toros de Hamdan en la monumental de México con Morante en el cartel. Todo esto me fastidia por Fandiño, para mí uno de los toreros que más se están haciendo respetar en España pero que al parecer los aires mexicanos están trastocando un poco. No caigamos en eso por favor. Algunas ferias mexicanas deberían cambiar la nomenclatura de sus festejos y en vez de anunciarse como corridas de toros  hacerlo como capeas o tentaderos. Los animales cumplen perfectamente para ese propósito, -en muchos casos no se sabe si el toro tiene dos, tres o cuatro años-, y trajes de corto siempre llevan alguno en la maleta los toreros. Así que divirtámonos todos. Ya no vale eso de que el toro mexicano es que es así. No es cierto. Ese toro es como han querido hacerlo los ganaderos allende los mares. Y punto. Menos mal que aún subsiste la seriedad de Guadalajara. Lo que no sabemos es por cuánto tiempo. Quién sabe. A lo mejor algún día elevo la vista al cielo y vuelvo a ver a Superman con su resplandeciente capa roja. Un Superman  con forma de toro. Mexicano, por supuesto…

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