Por fin llegó la fecha esperada para la reapertura de La México. Una corrida llamada de Las Luces en un horario intempestivo, más aún cuando tardó una hora más de lo anunciado en saltar al ruedo el primer toro. Pero vayamos al asunto. No es fácil realizar una crítica para que esto no suene tan feo, más aún después de una larga espera por la terrible pandemia. Gran entrada de público en los tendidos, quizás eso es lo más rescatable de la noche.
Y es que mire usted que lo que salió por toriles ha dejado mucho que desear, pero ya no sorprende. Esa equivocación en que han caído la mayoría de los ganaderos de bravo en México es terrible. La decadencia ya no se puede ocultar. La falta de casta y de bravura se hizo patente un toro sí y en el otro, también. Y todo se debe a que a los ganaderos se les han subido a las barbas el torero, el apoderado, el empresario y hasta el llamado veedor. Los toros solían llevar el carácter, el temperamento y hasta el nervio de su criador. Solían.
Lo del maldito monopuyazo fue otra aberración durante toda la noche, uno delantero, el otro trasero, otro barrenando, otro caído, otro tres en uno… Vamos, ni un solo puyazo en el sitio y eso no es culpa del ganadero, sino del torero que ni siquiera sabe colocar al toro en suerte. La fantasía de quites fue corriente y premeditada. Y no lo digo yo, lo de premeditado lo dijo uno de los espadas al micrófono, que por qué se lleva muy bien con sus compañeros, vaya chunga. Con las espadas, ni la saben preparar ni la saben ejecutar y por ende no lo pueden colocar. Sin embargo, como usted sabe, la moda es que entre toda, lo demás es lo de menos.
Por cierto, no comenté nada sobre el toreo realizado porque cuando no hay toreo bien hecho, no tiene caso aburrir más de lo que ya aburrieron los matadores, así que por favor, el último que apague y cierre.
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