Por el piton derecho
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'Catorce muletazos y el enésimo desaire'
Roca Rey por la Puerta de Príncipe:/ MP
Feria de Abril

'Catorce muletazos y el enésimo desaire'

Ignacio Muruve | Sevilla

Victoriano del Río aparecía en Sevilla con doble responsabilidad. Una personal y una secundaria que por cartel y categoría le corresponde. La primera y más directa, borrar su pésima estadística del pasado año y la segunda, a colación de una semana de toros pésima en lo ganadero. Debía darle aire a una feria que estaba sepultada desde que entraron en escena las ganaderías de las figuras: Juan Pedro, Domingo Hernández, Garcigrande, Jandilla y Alcurrucén habían petardeado -en diferente grado- en días de máximo relumbrón. Pues nada, se unió a una lista enorme. También se apuntó Gabriel Fernández Rey una Puerta del Príncipe más a su también larga lista de agravios a la plaza. Saludó Ortega la ovación que dio lustre al comienzo, con la solemnidad en su hechura de torero convertido en una biblia de la que beber constantemente. Arte y poder, todo en una misma terna. Casi nada.

¿Evolución? ¿Cambio de concepto? Roca Rey llegó a la tarde de hoy con la hierba en la boca y con el fuego en su muleta. El segundo, un novillo destapado con su escuálida anatomía, levemente pitado de salida -que ya es un avance-, fue un manojo de nervios fruto de su crudeza en el caballo. El público, en su primera manifestación de ignorancia, aplaudió el simulacro en varas. Lo peor estaba por llegar. Todo contagiado por enésima vez hacia el palco. Para contarlo, hay que decir que las medias tintas no van con Andrés. De rodillas, péndulos por la espalda, y series hilvanadas en ese palmo de terreno. Los altibajos llegaron no por parte el torero y su acople, que era palpable, si no por la simple agonía del animalito, que echó la persiana para que Roca Rey se metiera entre los pitones. Como fruto de ese arrimón, un revolcón y el público en el bolsillo. Desbocados, los tendidos y el palco, que terminaron de cantarle al triunfalismo. ¿Qué necesidad hay? Dos orejas del peso de un programa de mano. Quién te ha visto y quién te ve, Sevilla.

La dificultad del quinto, extrema en su mirada a la altura del chalequillo, marcó mucho la faena de Roca Rey, que volvió a aplastar en una corta distancia apurada cuando el toro marcó que aquello era imposible toreando, lo que ocurre es que eso fue en los primeros compases. Lo intentó en series de nulo ajuste por la ya citada imposibilidad de un toro que desparramaba la vista descaradamente. El puñetazo desató el delirio anticipado en cada compás de una faena de nulo peso. Un espectáculo del que es partícipe el señor presidente. Una más de las que nadie se acuerda. Y van dos para un Andrés que no lo necesita. Aquellas Puertas del Príncipe que eran premio a lo insólito, a lo inapelable, a lo excepcional, a lo extraordinario, desaparecieron hace mucho tiempo. El público, para seguir reflexionando. Este es el futuro. Agárrense.

El primero, engollipado y de escaso cuello, con una alzada antiestética incluso, se deslizó por los chismes de Juan como quien pasea por la calle. Sin transmitir nada y calamocha ando en la muleta, en Juan no iba a haber traición alguna. Lo que es él resulta intocable, por eso el nexo con el público es intocable. No hubo opción pese a la armoniosa despaciosidad que quiso imprimir el de Triana. Con el cuarto, un trámite sostenido con alfileres. Venía el toro apuntando, pero como a Juan no le vale la media altura, pues aquello se quedó en nada. Lo que esta tierra tanto ansiaba incluso teniendo la posibilidad de verlo durante estos últimos años, cayó por su propio peso en el tercero de la tarde, otro animal indecente. Ortega le quitó a Aguado en su toro y por delantales, dejando una media que cantaba por seguidillas. Y por unas pocas. Lo que duró ese remate, dios bendito. En escena propia de un cuadro, aguardó la respuesta Juan brazos en jarra y con medio capote plegado en una postal belmontina de insuperable belleza. Aguado, queriendo más que pudiendo, devolvió el lío sin tanto acople por chicuelinas.

La labor de Pablo al tercero se siguió con inusitado interés, con retazos de factura artística sabrosísima, pero sin trascendencia y chispa para el vuelo. Hubo que ponerle más a la insulsa embestida que tenía delante. Ovación con saludos. Para cuando todo el mundo miraba a la Puerta del Príncipe, catorce muletazos de Pablo Aguado con una cadencia extraordinaria. Aculado el toro en los bajos del ocho y con un vendaval tremendo, con la gente tapándose de una lluvia inesperada, Aguado dictó el discurso más peso y más redondez de la tarde. Porque es lo que nos gusta a todos. Sin efectismo alguno, sólo con el aroma del temple y de la naturalidad. Muleta muerta en el piso, ayudada con la espada simulada, voló la insulsa embestida de su oponente llevándolo lo más largo que pudo. Todo adormecido con las muñecas. Pausas necesarias todas ellas, redondeó con un buen espadazo para que cayera una oreja que le iba a dar mucho aire a Aguado.

Ficha del festejo:

Plaza de toros de la Real Maestranza de Caballería de Sevilla.14ª de abono. Lleno de “no hay billetes”. Toros de Victoriano del Río y Cortés: De lamentable presentación y escaso juego. Potable el 2°.

Juan Ortega: Palmas y silencio.

Roca Rey: dos orejas y oreja tras aviso.

Pablo Aguado: Ovación con saludos y oreja.

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