Por el piton derecho
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'Dos pilares, en 165 días, para mantener en pie una pobre temporada'
Morante y Borja Jimenez: los dos pilares de una triste temporada:/ PD
con la firma de dario juarez

'Dos pilares, en 165 días, para mantener en pie una pobre temporada'

Darío Juárez

Quedaba todo un verano entero por delante para intentar conciliar el sueño de sus noches sofocantes, volviendo a recordar por enésima vez la imagen procesional del segundo miércoles de pasión sevillano que dejó la solemnidad del paso del Morante Redentor, cuando le dio por cortar un rabo primero y el tráfico del Paseo de Colón después, la tarde noche de aquel histórico 26 de abril.

Se contaban por decenas las motos y coches que delante de un guardia de movilidad esperaban atónitas en el cruce del Puente de Triana frente al misterio del toreo clásico que se les acercaba y que esa tarde se reveló a la Maestranza encarnizado como el hijo de un dios menor, para cortar los máximos trofeos a un toro en Sevilla 52 años después.

La lidia exacta y milimetrada de aquel 4º Ligerito de Domingo Hernández había empezado a explotar con las verónicas mecidas que fue durmiendo hasta la boca de riego el de La Puebla, a las que prosiguió el quite por Chicuelo al paso con el remate de la lagartijera y que terminaron por llevar al summum maximum del trance hispalense aquellas tafalleras y gaoneras que lloraban a Rodolfo como nunca antes pudo hacerlo un viejo amor. Dos sublimes faenas, una de capote y otra de muleta, que acabaron postrando al Baratillo y al de Domingo a sus pies, resucitando en quince minutos tres siglos de tauromaquia.

Nadie sabía que aquel 26 de abril, además del reventón de Morante, sería el primer pilar necesario que sostendría en pie el cincuenta por ciento del peso real de una triste temporada, que iría pasando con más pena que gloria —pese a los triunfos que se iban sucediendo ensombrecidos por tal suceso—, hasta que 165 días después a otro sevillano, Borja Jiménez, le dio por levantar en Madrid el otro pilar de la verdad máxima del toreo, reventando la temporada venteña y consagrándose con los tres primeros toros de Victorino que daba muerte a estoque en su carrera.

El 8 de octubre, la Asunción de Espartinas decidió arreglarse ella misma el manto con los retales de los olés que se le iban cayendo a Madrid de la garganta, formando un charco de emoción unánime como no se había visto en seis meses de toros. Porque, como dije en la crónica de esa tarde, no es fácil echarle pulsos al tiempo después de ocho años de alternativa, salir de Sevilla sin cumbre ni brújula y tirar Despeñaperros arriba para conocer verdaderamente tus límites para pulirte en el oficio del toro fiero y complicado, pero también en el del bueno y encastado. Sacar un billete sin vuelta para bajarte en Pamplona a subirte encima de dos galanes de Escolar. Peinarte un domingo de julio en Madrid con una de Margé paseando una vuelta al ruedo, para volver en Otoño habiendo dejado ambiente a cerrar la Feria con dos de Victorino, que finalmente fueron tres, entregándoles tu vida con una verdad tan ensordecedora como impropia en estos tiempos.

165 días, desde aquel 26 de abril hasta este 8 de octubre, que tuvieron que pasar para manter en pie una temporada en la que sin esas dos tardes hubiera copado todo su protagonismo fenómenos comunes en nuestros días como la normalización del afeitado, la caída del trapío del toro en todas las plazas de primera, la desvergüenza de las empresas que echan a los aficionados de las plazas para atraer borrachos o, simplemente, la lobotomía del triunfalismo enquistado en los necesarios pero nuevos públicos, que deja en entredicho la importancia de la mal entendida liturgia de la fiesta de los toros, hoy modernizada a imagen y semejanza de las figuras, su toro y el chuflismo de tantos taurinos.

Tan sólo Juan Ortega fue capaz de mantener la vigilia de la afición en todos esos meses cojos de tardes de suma importancia trabajando una asentada y templada temporada, hasta que llegó a Madrid en Otoño 365 días después y el descaste de El Pilar se lo desbarató, mandando a la procesión de fieles que atrajo a la Monumental de vuelta a Triana con su esperanza.

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