Por el piton derecho
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'Magma julista entre cosquillas de un torero de Madrid'
'Magma julista entre cosquillas de un torero de Madrid'
CRÓNICA MADRID | 8ª de la Feria de San Isidro

'Magma julista entre cosquillas de un torero de Madrid'

Darío Juárez | Madrid

La norma no escrita de cualquier remontada que constituye un hito significativo reside en la volcánica volubilidad de los cortos espacios de tiempo donde ésta sucede. Y Morante, como buen madridista, sabía mejor que nadie que hoy la tortilla estaba del revés después de la inenarrable por bochornosa tarde de Garcigrande hace hoy una semana, montando en la furgoneta a la encomienda de una afición que volvía a acudir en masa a la Monumental para ver si hoy era el día en el que un toro le regalase quince o veinte embestidas por abajo para volver a poner las cosas en su sitio. Finalmente fueron nueve. Aquellas con las que Morante volvió a mecer el toreo sobre el baldosín invisible que habita entre las dos rayas del 5, hasta que el toro echó el cierre. Minutos después, El Juli fregaba con el magma de la técnica el terreno perdido de ese 5° que se inventó, haciendo erupcionar con chorreante solidez una faena de menos a mucho más, que malogró con su espada y con la julista ejecución protuberante en negativo que tiene de entrar a matar. 

De remontada a empate a poco debió saberle la tarde al morantismo cuando el 4° se afligió en la tercera tanda, después de que Madrid demostrase al mundo porqué Morante es más torero de su plaza que de ninguna otra, bramándole al cigarrero cuando hizo el ademán de ir hacia el toro para replicarle a Julián por verónicas el quite por Chicuelo, sin ni tan siquiera haberle dado el primer lance. Tras lapas y las dos medias, siendo la última a pies juntos, y el plato del revés.   

Morante decidía confiar en la memoria de Gallito el inicio por alto antes de cambiarle los terrenos y llevárselo al 5, donde estalló y crujió Madrid con dos tandas de cosquillas y pinceles para que venga usté otro día. Tras el pinchazo, la estocada en corto y el reconocimiento unánime de Madrid que ya le espera en su última tarde del próximo 2 de junio.   

Con el acierto de agradecimiento que merece abreviar cuando no se puede, así obró Morante con el desrazado, imposible y distraído 1° que reventó Aurelio Cruz desde la silla de montar; el garbanzo negro de cada bolita que saca El Lili cada mañana. 

Sin embargo, al Juli debieron de sonarle los caireles cuando su peón de confianza sacaba en el sorteo la bolita de las hechuras, de un encierro de Alcurrucén desigual y sospechoso de pitones que no llegó a romper en su conjunto, a excepción del torrente de casta que llevaba dentro el colorado 3° que se comió a Rufo. Con generoso cuello y muchos pies se enfrentó el 2° humillado al capote del madrileño y de José María Soler, empezando a colocar la cara antes de entrar al caballo.

No se le dio en demasía, pero fue allí donde el negro lozano se desprendió de las últimas dosis de fuerza que le quedaban y que acabaría acusando en la muleta mandona de un Juli, quien sin dar lugar al beneficio de la duda se lo llevó a los medios. Al toro le faltaba alegría y las técnicas clínicas de Julián comenzaron a imantar en corto y erguido dos series tirando del toro y alargando el muletazo, antes de robarle algún natural y una última serie de larguísimos derechazos meritorios que paliasen la falta de raza. 

Raza que tampoco tuvo el 5° y su sosería en los primeros tercios, al que acabó cuajando con el mando de los toques, el sitio y una cabeza despejada que en ese momento era capaz de robarle el postre a un preso. De menos a más empezó a porfiar con la embestida dormidita del animal, que pasaba sin decir nada y que empezaría a hablar cuando el de Velilla se enfrontiló con él y ambos se rompieron por el pitón izquierdo. Dos a diestras intercalaron las zurdas, obligando al toro a que todo lo que quisiera regalarle se lo tragara por abajo. Tenía la oreja en la mano, pero la espada julista y sus maneras hacían saltar de nuevo por los aires todo el castillo de naipes. 

Reducido a cenizas o al color de su vestido es como quedó la última tarde de Tomás Rufo en este San Isidro. El de Pepino necesitaba justificarse de alguna manera con el afligido 6°, a base de asomarse a los muletazos y de apoderarse del que no molesta, cuando una hora antes un alud de casta colorada se lo había comido sin saber por dónde le salían las pistolas.   

Pocaprisa se llamaba ese justito 3° para Madrid que dejó a Rufo abrirse afablemente con él a la verónica hasta la boca de riego. Se quitó el palo en el segundo encuentro pero el de los Lozano traía el hocico por delante y un ritmo sostenido que se vaticinó cuando se arrancó a los peones en el tercio de avivadoras. Tomás quería lucir al toro y desde los medios, con la muleta adelantada, esperó el tren de mercancías que le venía de frente ansiando deshilachar los vuelos con tal exaltado frenesí. El colorado exigía mando, poder y absolutamente todo por abajo. Sin embargo, Tomás le dudó en el primer muletazo en el que el viento le dejó descubierto y así se quedó el resto de la faena: desdibujado, sin sitio y pasando 'el quinario del torero' que se dice internamente a sí mismo eso de "vete de ahí que todavía te echa mano". 

 

Ficha del festejo:

Monumental de Las Ventas. 8ª de la Feria de San Isidro. Lleno de 'no hay billetes'. De lidiaron 6 toros de Alcurrucén, desiguales de presentación y sospechosos de pitones algunos de ellos. Destacó el encastado 3° de una corrida que no llegó a romper y que ennegreció el imposible 1°. 

Morante, de celeste y oro. (Silencio y ovación con saludos tras aviso) 

El Juli, de verde botella y oro. (Ovación con saludos tras aviso en ambos) 

Tomás Rufo, de ceniza y oro. Silencio tras aviso y palmas tras aviso.

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