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¿Qué le hiciste, José?
OPINIÓN | Con la firma de Darío Juárez

¿Qué le hiciste, José?

Darío Juárez

En tiempos de nuevos órdenes y agendas mundiales a diez o treinta años vista, volver un siglo atrás no debe de ser tarea sencilla. Y menos para un torero. Se dice que todo nace para morir, o no, si de lo que se trata es de desempolvar aquello que resulta pretérito u ominoso para esta irrefrenable y acomplejada modernidad, sin la necesidad de resucitarlo. Porque lo clásico no muere: duerme, sueña, se ausenta, solloza ante lo vulgar, se pierde entre la nostalgia de sus nubes de bohemia, pero no muere.

Hoy, la madre matria del buenismo sensacionalista, mal llamado progresismo, son las cenizas de la patria genial, desinteresada, discordante e imperfecta que levantaron nuestros abuelos y bisabuelos. Esa España inocente y capaz, de ramalazo artista y sin pecado concebida, que hizo suya la indiscutible propiedad de las raíces culturales de su gente. Entre ellas, la del toro.

Esa España, también, que daba sus últimos coletazos decimonónicos con la derrota de ultramar y empezaba el nuevo siglo poniendo cordones sanitarios al toreo, alejándolo de artistas e intelectuales que perdieron interés por la Fiesta. Hasta que eclosiona el fenómeno Joselito-Belmonte y es entonces cuando empiezan a correr ríos de tinta.

Una inspiración casi divina que hoy, 101 años después de la muerte de José, ha querido rescatar Morante con su obra. Al genio cigarrero le ha conmovido la capacidad que el pequeño de los Gallos tenía de ensamblar todas las tauromaquias anteriores hasta entonces conocidas, en una sola: la suya.

Jose Antonio necesita subirse al caballo y sostener la vida apoyado en una garrocha. Vivir en José. Coleccionar toda aquella patria perdida e imperfecta para darle más sentido a su carrera después de veinticuatro años de alternativa; volver a tirar del hilo que dejó José y que hábilmente después recogió Chicuelo sin perder de vista en ningún momento lo que hacía Juan.

Gallito no tenía aristas exóticas más allá del toro, y es por ello que hoy Morante lo persigue porque sólo ve en él al torero capaz de aunar de una forma espiritual el concepto antiguo, artístico e ilimitado de matices que él busca para saciar su yo contemplativo. Pedir –de momento– seis veraguas en El Puerto, la de Miura en Sevilla, la de Galache en Salamanca o la de Torrestrella en Huelva ha hecho que, sumado a la raza y al torrente de torería que despacha cada tarde, el aficionado lleve tiempo cantándole la manera tan certera e inesperada de echarse a las costillas a un escalafón que ahora mismo baila lo que él toca.

Y yo me pregunto: ¿qué le hiciste, José?

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