Cuando el reloj se acercaba a las 21:20, Víctor Hernández enmudecía de expectación la Monumental mientras montaba su muleta para intentar darle fiesta al sobrero corraleado de Villamarta que hizo 6º bis, empadronado en El Batán desde hace bastante tiempo y al que acabó pudiendo pero pinchando. Ese silencio congestionado de Madrid no se recordaba desde aquel primer sábado de feria del año 19, cuando Aguado hizo lo propio con aquel 6º de Montalvo tras venir de Sevilla con las cuatro orejas de la tarde de su consagración. Y este sábado, un torero de los Santos de la Humosa quiso que volviera a suceder, pues todo había comenzado cuando Busca-Oro, el 3º, se iba al desolladero después de que Víctor le arrancara una oreja de Madrid, de las de toda la vida, pese a los dos dedos de caída que tuvo la espada.

Iñaki Sanjuan había mantenido al inválido huesudo 1º en el ruedo con el que Urdiales no pudo tejer una sola prenda, y Galván no se entendía con ese 2º de El Pilar que tenía mucho que torear, prefiriendo irse por el palo pinturero y efectista, que por el de la fibra, la reunión y los tiempos.

Y entonces apareció ese Busca-Oro, comiéndose los vuelos de mano baja del madrileño, hociqueando el ruedo, dejando patente su humillación, pero también su casta. Israel de Pedro lo defenestraba desde el peto, haciendo peor al toro al salir del mismo, o más incierto. Siempre guardándose un disparo, como así lo testificó en la faena de muleta. Una faena que fue increscendo, sin que nadie en un principio pudiera verla cristalina para el triunfo, cuando en el prólogo de tanteo ya se le había quedado debajo. Hernández no rehuyó la pelea, la libró y engrandeció la profesión de torero, yéndose a por el de El Pilar, que le esperaba con su incertidumbre a cuestas y ese gatillo presto para ser apretado en el primer descuido.

La verdad de su toreo pidió a su cabeza echársela a la izquierda y poner el cuerpo donde el torero abandona al hombre para ser libre y ofrecérselo en sacrificio al toro. Y fue allí, aplomado y entre los pitones donde se fueron sucediendo los naturales más caros de estos dos días de toros, quién sabe si los de la feria. Atalonado, con el pecho como señuelo antes de presentar el engaño planchado con la mano en la mitad del palillo, llevándolo atrás con una verdad sin mácula y sin saber a qué velocidad repondría al salir del anterior para colocarse y darle el siguiente. Desarmado hasta en dos ocasiones por aquellos pitones que le pasaron por la garganta, volvió a la cara para cerrar una obra fecunda e inolvidable en Madrid, que por momentos trajo a la memoria, salvando las distancias, recuerdos galapagueños. Estocada corta y ligeramente caída. Oreja.

La invalidez de El Pilar bien hubiera valido haber visto tres sobreros, pero finalmente fueron dos. El primero lo sorteó David Galván en quinto lugar. Un tacazo precioso murubeño con sus puntas, que también tuvo mucho que torear sobre todo cantó que todo lo quería por abajo, pero David ni lo entendió ni ordenó algo que, de alguna manera, pudiera darle sentido a la petición de oreja que en sus dos toros pasados de faena, acertadamente, el palco no atendió.

Si con el inválido 1º no pudo Urdiales decir absolutamente nada, con el complicado 4º y la indecorosa compañía del viento ni lo intentó. Un esfuerzo que no sé si hubiera sido o no en vano, pero ese toro en otras condiciones hubiera tenido cositas que verle.

Ficha del festejo :

Monumental de Las Ventas. 2ª de la Feria de San Isidro. Casi lleno. Se lidiaron 4 toros de El Pilar, 1 de Castillejo de Huebra (5º bis) y 1 de Villamarta (6º bis): descaatados menos el 3º, muy desiguales, zancudos, vareados.

Diego Urdiales, de negro y oro. Silencio en ambos.

David Galván, de malva y oro. Vuelta al ruedo tras dos avisos y vuelta al ruedo.

Víctor Hernández, de grosella y oro. Oreja y silencio.