Vivir bien siendo el suplente imprescindible era su morada. Guti lo aceptó. Mejor dicho, lo naturalizó. Va a ser verdad eso de que los profesionales de cualquier campo sólo hacen justicia a su nombre cuando reconocen su posición. Él fue uno de los mejores porque nunca dudó cuál era la suya. Su calidad denotaba el saber estar siempre en el sitio y en el momento exacto, sin competencia. Jose Mari -por si se enfada- era el sine qua non de cualquier entrenador, un emblema para el Bernabéu pese a su dudosa reputación.
José Tomás es sufridor, del Atleti. Y como tal se ha debatido muchas veces entre la vida y la muerte. Sin balón pero con un toro. Casi lo mismo... Un hombre cosido a cornadas que ha transitado por varias fases en su carrera profesional. El ocaso de los 90 y el comienzo del nuevo milenio coincidían con la culminación de la forja de este torero, que a su vez daba paso al José Tomás 2.0.
Hasta entonces, el genio de Galapagar contaba sus temporadas sobrepasando la media centena y con la televisión por delante. Su negativa a pasar por Valencia, Sevilla, Madrid, Pamplona y Bilbao en el año 2000, al ser ferias televisadas, centró la atención en su plaza fetiche para cerrar el año allí, en la Monumental de Barcelona. Sin embargo, un percance en Salamanca días antes privó a la afición catalana de celebrar La Mercé viendo torear a ese hombre que empezaba a opositar para mito.
Tras la retirada de 2002, años más tarde (2007) no podía reaparecer en otro sino que no fuera Barcelona. Su Barcelona. No es que le debiera una a Balañá, pero sabía que era su feudo por excelencia. De seguido, llegó el 5 de junio de 2008, cinco temporadas ausentes en Madrid y fue allí donde escribiría una de las páginas más doradas en la historia de la Monumental capitalina: cuatro orejas. Como quien levanta una Champions 32 años después (La Séptima). El día 15 de ese mismo mes volvía a sentir la gloria de Las Ventas con un triunfo de sangre y rendición para el aficionado: aquel hombre había tocado techo en apenas diez días en la plaza más importante del mundo. No se recordaba en los mortales algo tan grandioso y emocionante, que el total de la suma de esas dos tardes.
El misticismo que rodeaba al torero se acrecentaba, pero -al igual que el 14- su nombradía dejaba que desear para muchos aficionados. La televisión, la no competencia y las exigencias desorbitadas de los despachos hacían dudar de la categoría de este torero, que es justo lo que ocurre cada vez que se anuncia en un cartel sin rivalidad y sin hacer temporada, de un tiempo a esta parte. De José Tomás se ha dudado por muchas cosas, pero nunca por su tauromaquia. No se puede torear mejor. Siempre el toque preciso, el sitio inquebrantable y la verdad como moneda de cambio al cerco de su exclusividad. Es decir, un toreo único.
Dos años más tarde estuvo a punto de morir en Aguascalientes. Navegante fue el toro de su vida y el que se la pudo quitar, máximo autor de todas las secuelas que aún conserva el genio de Galapagar. Fue a partir de ese momento cuando Jose Tomás acaba por reconocer definitivamente su posición como profesional. Sin darse cuenta, cada vez se empapaba más de ese ADN Guti con los muslos como mapas. Su rival era él; ni ponces, ni julis, ni nadie. La competencia no le exigía superarse más allá de lo que pudiera ofrecer en su peor tarde. Sabía que era -y es- imprescindible. Entre la afición, su ausencia nunca ha sido al uso, como tampoco la crítica hacia su persona. Pero claro, si no, no sería un mito.