Las calles de la vieja Iruña se abarrotaban el día del patrón para presenciar el primer, limpio y noble encierro de La Palmosilla, que dejaba seis traslados al hospital a consecuencia de las caídas y ningún herido por asta de toro. Escribano, que regresaba a Pamplona en su año de olvido inentendible para las empresas, confesaba a Cris P. Blasco en su entrevista publicada esta mañana en estas líneas que necesita meter en su cuerpo el miedo del Encierro, antes de hacer frente a una tarde de tanta responsabilidad como la de hoy. Tarde amenazada por una fortísima granizada hasta una hora antes del festejo.
El cartel de La Palmosilla repetía protagonistas tras la triple puerta grande -o del encierro- del pasado año. Se antojaba complicado poder ver repetido aquello de manera consecutiva, empezando por la presentación que dejó que desear la primera parte de la corrida, así como el comportamiento del encierro en el mismo tramo, hasta que aquello levantó el vuelo a partir del 4°. La seriedad de Escribano y los registros de Valadez, ambos sin espada, resucitaban la tarde en sus postrimerías, condenada hasta entonces a la atención pormenorizada de la fiesta del calimocho que corría de lado a lado por los tendidos del sol y su juerga.
Desde allí a lo alto se empezó a entonar por primera vez en la feria El Rey y la Chica Yeyé, cuando Escribano se ponía en pie tras recibir al 2° a portagayola. Sin entrega y a su aire lo banderilleó y le consintió por el derecho alargando en redondo y templando el muletazo en la media altura, cuando le daba por tragárselos. Qué poquito decía el palmosillo.
Por fin entró Pamplona en la tarde y en el pulso que Escribano había cogido a la misma, volviéndose a poner de rodillas a esperar al 5° delante de la puerta de toriles. Sin picar ese animal castaño y muy abierto de cara, lo aprovechó el sevillano metiendo a la gente en la tarde de una vez: primero con los palos y acto seguido con el inicio de rodillas planteado desde los medios. A Pamplona le gustaban los fuegos artificiales y Manuel les agradó con dos péndulos o espaldinas, para los de la Logse. Después lo quiso templar, pero el toro ya había echado la persiana y nada de lo que le pudiera ofrecer sería con entrega. La que sí demostró su matador durante toda la tarde, perdido sorpresivamente con el uso de los aceros.
Con un bajonazo pasaportó Leo Valadez al manso encastado 3°, muy escaso de presentación para esta plaza. Quitó por zapopinas antes de brindar al público una faena basada en la firmeza y la confianza, para pasar por encima de ese toro complicado y sin franqueza, que se lanzaba a por la muleta como pollo sin cabeza, agradeciendo y desagradeciendo a la vez el afable trasteo del mexicano. Cerró por manoletinas de hinojos el matador, cuando el toro abría la boca por primera vez. Y la espada a los blandos.
Con diez kilos por encima de los 600 salió el 6°, con otro aire diferente en su embestir, que bien aprovechó Valadez con arrojo y registros, embelleciendo su técnica con muletazos por ambos pitones que dejaron patente el paso de gigante que ha dado este torero en un año. Y que, a decir verdad, de los mexicanos es el que mejor torea. Tampoco acertaría con los aceros, llegando a escuchar un aviso.
Abrió el ciclo continuado de corridas el toro que paró el cronómetro del Encierro cuando entraba por la manga barriendo al resto de la manada de bravos y mansos. Y Rafaelillo lo recibió con dos largas cambiadas de rodillas frente a las tablas. Un animal con cara de toro viejo, muy abierto de cara, flojo de remos y descoordinado de los traseros; sin casta y sin fuerza, queriendose defender punteando la muleta en la distancia corta y haciéndolo mejor con las inercias de los metros, para que el murciano aprovechara algún muletazo suelto cuando no le venía por dentro. Toro de llevarlo y no torearlo. Y allí no pasó ni lo uno ni lo otro. Le dudó muchísimo y su intranquilidad le delató.
Le costó un quinario a la plaza entrar de lleno en la faena de Rafaelillo con el toro de la merienda, cuando logró templarlo y esperarlo en dos primeras series donde el palmosillo de 595 kilos se quiso entregar con cierta clase, como ninguno de los tres hermanos que habían sido arrastrados hasta el momento lo habían hecho. Una embestida suavona que pulseó el murciano sin estridencias, molesto con la sombra por no dejar el bocata o la tortilla aparcados un momento en el albal para tocarle las palmas.
Ficha del festejo:
Monumental de Pamplona. 1a de la Feria deSan Fermín. Lleno. Se lidiaron 6 toros de La Palmosilla, serios pero dispares de presentación, juego acotado e invisible entrega.
Rafaelillo, de grana y oro. Palmas y silencio.
Manuel Escribano, de verde botella y oro. Silencio y ovación.
Leo Valadez, de celeste y oro. Ovación y silencio tras aviso.