En el toreo hay multitud de dichos y expresiones que han ido surgiendo con el paso del tiempo. Y una de esas expresiones es la que se utiliza cuando un torero llega al extremo de "dejarse coger". A mucha gente, sobre todo a la ajena al mundo del toro, esto le parecerá una barbaridad, un exageración. ¿Cómo va a dejarse coger un torero? Pues sí, han sido infinidad los casos, los toreros que, en un momento casi de desesperación, han dejado cogerse. ¿Para qué? Pues principalmente para llamar la atención. Está claro que un torero lo que tiene que hacer es torear, pero todos sabemos que hay veces que eso no es posible. Por mil circunstancias, pero normalmente debido a la falta de opciones de su oponente. Y es que, cuando hay hambre, cuando no te queda otra que triunfar o al menos puntuar, eso de la mala suerte no vale. Si a una figura no le embiste su lote un día, no pasa nada; le quedan por delante medio centenar de tardes. Pero hay quienes no tendrán otra oportunidad. Por todo esto es comprensible la actitud de Gonzalo Caballero esta tarde en Madrid.
El madrileño se dejó coger literalmente por el cuarto. Era su último cartucho y no quiso desaprovecharlo. Se había encontrado con dos animales de nulas posibilidades de triunfo y más en Madrid. Los dos nobles, pero sosos y descastados. Así que Caballero, un chaval que ha demostrado muchas veces que el valor no le escasea, quiso llamar la atención de un público que a esas alturas era totalmente ajeno a su esfuerzo y también a su situación. La situación de muchos novilleros y matadores de toros jóvenes que no encuentran sitio en un sistema podrido que abusa de los débiles. Y Gonzalo sabía que no se podía conformar con estar aseado, digno; tenía que triunfar sí o sí. Y así, consciente de su presente, pasó a la inconsciencia.
Su labor ante el soso cuarto no estaba trascendiendo y el tiempo se acababa así que Gonzalo Caballero se pegó el arrimón y acabó por los aires. Aturdido lo sacaron de allí y volvió a la cara del novillo para seguir metiéndose en el terreno del astado y concluir con ajustadas bernadinas. A esas alturas el público había despertado, pero aún no era suficiente. Y así, Caballero tiró la muleta y se lanzó estoque en mano hacía su enemigo. Hizo bien la suerte, fue encunado, y dejó una estocada atravesada que exigió el uso del descabello. El debate, la polémica estaba servida. ¿Era justificable todo aquello? Pues justificable o no, en los tendidos florecieron los pañuelos y (sin mayoría) cayó la oreja. Y el debate se encendió aún más. Con parte del público protestando, el joven Caballero recogió su trofeo con una paliza de miedo y con un terno blanco y plata ya no tan impoluto como al principio.
¿Era de oreja la faena? No, no lo era. ¿Merecía una oreja el esfuerzo, la entrega hasta el extremo? Cuestión de sensibilidades. Lo que está claro es que Gonzalo Caballero acudió a Madrid con todo, que se jugó la vida sin trampas, y que consiguió erigirse en protagonista en una tarde que si no habría pasado al más triste de los olvidos. Los toreros tienen tiempo de corregir defectos y pulirse, pero el valor se tiene o no se tiene. Y Gonzalo Caballero lo tiene, vaya si lo tiene. Tanto que, sabedor del incierto horizonte que tienen todos aquellos que como él quieren ser toreros, se dejó coger.