Por el piton derecho
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Despotismo afeitado
OPINIÓN | Con la firma de Darío Juárez

Despotismo afeitado

Darío Juárez

En tiempos oscuros y movedizos para la materia, en los que los vulcanólogos expertos de lo todo y de la nada no encuentran el momento preciso para denunciar el afeitado masivo en las reses de lidia, siguen erupcionando faenas bellas -muchas en plazas de primera- cargadas de un potencial artístico hedonista superlativo que ayudan a dar esas dos vueltas al tupido velo que se ha de correr para ocultar el fraude más grande de la fiesta de los toros, como es la violación de la integridad del toro de lidia. Naturalizar el afeitado se ha convertido en la panacea que excluye cualquier otro principio activo que no sea cantar lo bueno o lo malo del toro limitándose al comportamiento del mismo durante su lidia -y no siempre-, obviando la manipulación asquerosa de esa materia, hoy ya dúctil y maleable por condescendencia, obra u omisión del resto de actores secundarios.

Y no es precisamente la tauromaquia que se preste en esas faenas o lo bello o no bello que se muestre frente a ese animal mutilado lo que culpabiliza el fraude, sino el convencimiento a ultranza de que ponerse delante de ese toro privado de su integridad está bien porque no pasa nada. Da igual la plaza, su identidad o la importancia de la feria. Ya es algo lícito socavar por doctrina el marco de la ley que marca el reglamento. Y salirse de ahí es de 1° de Talibanismo. Los mismos a los que les explota los carrillos cuando se atragantan con sapos y culebras diciendo que aman al toro. ¿Quién niega que un toro, afeitado o no, no deja de ser un toro y te puede quitar la vida hasta sin cornearte? Ahora bien, si seguimos ese patrón, no elevemos una lidia de un animal manipulado o lastimosamente manipulado a liturgia ni religión, ni mucho menos eucaristía en la que se ha de comulgar con solemnidad por definición. No ofendamos a Dios, por favor.

Llevamos años pidiendo toros en la televisión pública y a diario resulta deprimente ver televisar festejos en los que ahora se ahorran imágenes póstumas a la suerte suprema por el qué dirán o qué publicarán, pero prevalecen los primeros planos de ese animal bochornosamente afeitado saliendo por toriles sin mayor agravio ni vergüenza para quien contrata a la televisión para que se dé ese festejo. "Así se defienden los toros". No, oiga, así se defiende la excitación que te pueda llegar a producir lo bello de una faena frente a ese animal privado de su integridad, independientemente de su clase o bravura si la tuviera. Pero al toro hoy no lo defiende ni la vaca que lo parió.

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