Cuando Roca Rey descerrajaba la puerta grande de Valencia en 2019, titulé la crónica con algo así como: "No le busquen pellizco a un tsunami". Porque ni lo tenía en 2019 con Campuzano, ni lo tiene ahora con Roberto Domínguez, ni lo tendrá el día de mañana aunque lo apoderase Morante. Andrés, además de llenar la escena, es un torero al que le gusta llegar a la plaza tarde y a mantel puesto, menos para lo de echarle cojones cuando decide petrificar las zapatillas en la arena y no menearse con el bravo o con el manso encastado. Pocos. Lo malo es cuando lo hace con un animalejo del tres al cuarto, moribundo, muerto en vida y en Madrid. Porque en Valladolid te vale, pero en Madrid no debería. Y digo no debería porque estuvo a punto de pasar si le mete la espada al 6°, después de una faena made in Andrés: muy efectista, muy entre los pitones, de mucho valor desde los inicios de hinojos en las rayas, pero sin rematar atrás un solo muletazo de todos los muchos que se dieron al hilo del pitón.
El desierto de Atacama se le quedaba pequeño a la mansada plomiza, seria de cara pero mal presentada por terciada de Victoriano del Río -el billete grande está en el norte... -, cuando ese 6° echaba pie a tierra a tan solo un minuto de irse con los bueyes a morir al mismo lugar desde el que salió. En el filo de los tres avisos anduvo Roca Rey después de despertar a la Monumental cuando se le acabaron los hielos, desde que se abrió a la verónica con la babosa victoriana hacia los medios. Los derroteros de la tarde no eran más que bostezos, vivas a España, gintonic va, gintonic viene, el insulto nuestro de cada "no hay billetes" acordándose de la madre de alguno del 7 y un cenagal de decepción supino. Había que hacer algo. Y Roca lo hizo.
Una caja de fuegos artificiales se abría en la segunda raya para empezar con la traca madre que encendió la caldera: de rodillas dio el de pecho, un cambiado por la espalda y otros dos en redondo antes de uno más de pecho en pie mirando al 6. El viento llevaba molestando toda la tarde, pero nadie se había llevado ningún toro a los terrenos de sol, simplemente por ver qué tal se sentía el manso por aquellos lares con el viento soplando desde Toledo. Nada, ni los papelillos de los mozos de espada... Debajo del 7 se metió el peruano a ligar tandas al toro casi yacente de la Y. Muy poderoso, muy valeroso y muy chulo, como tiene que ser, pero de toreo roto y encajado de principio a fin, nada. Me miraba un clarinetista de la banda señalando el levantamiento enfervorizado de la plaza: "¿en serio? Pero si sólo le ha dado uno". Roca tenía en el bolsillo al público que hoy llenaba Las Ventas. No había pasado nada y los petardos molan. Los pirotécnicos, digo. Entre cambiados por la espalda, enganchones con el tercer olé en endecasílabos y el arrimón a cara gato que no a cara perro, vamos saliendo del paso. No metió la espada. De hecho erró en demasía por haber alargado tantísimo la faena, viéndose con el crono en contra y el segundo aviso asomando desde el palco. Al salir, algunos tildaban aquello de histórico. ¿Histórico? Pero si ni a los que levantó del asiento le pidieron la vuelta al ruedo...
Tampoco se acopló con el 3°, ni hizo ademán de ello. Lo de cambiarle los terrenos que se lo cuenten a Rita, ¿verdad Andrés? No lo vio por ningún lado, ahora, también hay que aguantarle las primeras arrancadas viniéndosele con todo como lo hizo el peruano. Qué sangre fría. Como en los quites. Tremendo. No en las lidias, ni en la colocación en las mismas, dejando mucho que desear. Ya no por él, sino por su cuadrilla y el resto de compañeros.
Fernando Adrián tampoco tendría su confirmación de alternativa soñada en esta tarde, pues desaprovechó un medio toro que hizo primero, con el que se doctoró en Madrid y se entregó a él desde los medios de rodillas, para pasárselo por la espalda, para seguir toreando por la espalda, hasta acabar rematando casi con la espalda. No había más suertes de muleta... Muchas alharacas de artificio y poco toreo. Más entregado se le vio por el izquierdo. Anodino se daría el trasteo al 5°, además de la violencia y la brusquedad en los toques que lo afeaban aún más.
Hacía siete años que no me sentaba al lado de José Luis Ramón. La última vez fue en un aula de la Complutense allá por 2015. Y no puedo estar más agradecido. Además de confirmarme que lo que hizo Morante en Sevilla con el capote recogido era la revertina -aunque Reverte lo hiciera con más quiebro debido al toro de aquella época-, me dijo que si me había fijado en que "Manzanares sólo tiene tres muletazos: el derechazo, el natural y el de pecho. Muy de vez en cuando un trincherazo. Mira, me ha callado la boca", decía Ramón cuando el alicantino se quiso abrir con el inválido 4° , que ahí se quedó. Al vareado 2°, ni lo entendió, ni se apretó con él. El derecho mejor que ese izquierdo por el que salía con la carita inciando la cuesta.
Ficha del festejo:
Monumental de las Ventas. 12ª de la feria de San Isidro. Lleno de "no hay billetes". Se lidiaron 6 toros de Victoriano del Río, muy terciados o de poco trapío, más alllá de la leña de sus caras. Masos, descastados en su conjunto.
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