Soñaban los isidros lejos de la plaza con Pereras, Castellas, Talavantes, Josemaris y demás familia, a la espera del juernes y el viernes para volver de nuevo a la Monumental a traer el triunfalismo a la piedra. Y es en tardes como la de hoy cuando se confirma -por si había dudas- que la mayoría de las veces las orejas están de más. ¿Que Saúl las necesita? Por supuesto, pero hoy sin ellas fue más Fortes que nunca. Como Madrid fue más de Fortes que nunca. Rendir Las Ventas a tus pies, desde la bandera hasta el último grano de arena, verbalizar el toreo hundido, roto, abandonado en un trance pluscuamperfecto de solemne armonía, de visceral verdad, de reposada torería. Lo hizo Fortes para honrar a Saúl un 21 de mayo, la tarde de muchas tardes.
Morenito se las veía en una labor sorda con el buey manso barroso que abrió plaza, a base de toques. Y entonces salió Gimotero, obligado por Fortes a tomar el percal muy abajo desde el primer lance de las tres verónicas de museo que le pegó al de Araúz de Robles hasta dejarlo en la boca de riego. El animal lo venía haciendo mejor por el derecho, embistiendo recto o quedándose a medio viaje por el zocato en el capote de Raúl Ruiz. Pero a Saúl no le importó. Desde el prólogo, siempre hacia delante con el toro, doblándose, vaciando la embestida por debajo. Una serenata cosida desde la primera tanda hasta con la mano que no torea, hundiéndose con el animal, ofreciendo la femoral y la panza a un tiempo. El pecho se volcaba en cada muletazo con el toro, metiéndole más leña a lo que ya cogía tintes de obra maestra con aquellos naturales de medias arrancadas, que terminaban donde acaba la fe y empieza la gloria. Madrid se terminaba de pellizcar con los ayudados por alto y el de pecho rodilla en tierra tras el cambio de mano, previo al lamento igual de profundo que cada olé que escuchó Saúl cuando la espada no entró.
La plenitud torera con la que el malagueño había venido a Madrid era lo que hizo que, una vez arrastrado el toro, toda la plaza no dejara de hablar de esa faena queriendo que saliera ya el 5º. Con permiso de Morenito con el encastado y fiero 4º, con el que se rompió y se entregó con mucha verdad por ambas manos, además de ponerlos en suerte a los caballos como se debe hacer. Pero era la tarde de Saúl, lo que nadie sabía es que terminaría siendo la tarde de muchas tardes. Madrid estaba entregada a la causa ferviente de un torero que volvía a encontrarse con su afición en ese último episodio de su San Isidro, después de ver al de Araúz salir barrenado del peto con saña. Los trincherazos de apertura se volvieron carteles de toros, el olé cada vez más ceniciento y Las Ventas de nuevo en la palma de la mano. No el de Araúz, al que fue consientiendo a base de quedarse en el sitio donde otros hubieran sudado tinta china, de taladrar las zapatillas, ofrecerle la vida y su toreo a Madrid. Volvió a pinchar, pero todo el cariño se quedó grabado en su memoria en una vuelta al ruedo para la historia, como su tarde del 21 de mayo de 2025 en la Monumental de Las Ventas de Madrid. En la que Fortes honró al hombre, a Saúl.
Adrián de Torres se topó con el lote más malo. El 3º por descastado y aburrido y el 6º bis por inválido, negándose el usía a devolverlo tras haberlo hecho minutos antes con el titular. Se esperó mucho más de la ganadería.
Ficha del festejo:
Monumental de Las Ventas. 11ª de la Feria de San Isidro. Menos de 3/4 de entrada. Se lidiaron 5 toros de Araúz de Robles y 1 de Castillejo de Huebra (6º bis); muy dispar de presentación, algunos pasados de kilos y astifinos en su mayoría.
Morenito de Aranda, de azul azafata y oro: silencio tras dos avisos y ovación con saludos tras aviso.
Fortes, de rosa y oro: ovación con saludos y vuelta al ruedo tras aviso.
Adrián de Torres, de rosa palo y oro: silencio en ambos.