Por el piton derecho
Vicente Carrillo Cabecera
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Ginés tumba al natural el suceso quebrado de Morante
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Ginés tumba al natural el suceso quebrado de Morante
Ginés tumba al natural el suceso quebrado de Morante
CRÓNICA MADRID | 9ª de la Feria de Otoño

Ginés tumba al natural el suceso quebrado de Morante

Darío Juárez

Treinta y cinco minutos antes del inicio del festejo, llegaba la furgoneta de Morante a la puerta del patio de cuadrillas de la Monumental. Un paseo por el callejón, un vistazo rápido al estado del ruedo y con premura caminito de la sala de toreros para ahuyentar los miedos y esa caldera de decibelios que retumbaban los vomitorios y las entradas de los tendidos bajos y altos en un día solemne como el de La Hispanidad. La tarde en la que volvía a Madrid cuatro años después, el genio de La Puebla del Río levantaba otro monumento variado al clasicismo, versionado en la grandilocuencia del toreo de capa, y capaz, voluntarioso y torero, pero no reunido en plenitud en la muleta.

No quiso perder la cuerda a la que había atado la tarde para volver a hacer desgañitar las gargantas con el quite que erigió el homenaje a Chicuelo con el primero de Ginés Marín, replicando el extremeño por el mismo palo y haciendo lo propio la Monumental volviéndose a poner en pie. Locura transitoria perpetrada por dos capotes tan diferentes como eléctricos, a ese melocotón precioso que llevaba de acá para allá un cortijo en su pitón izquierdo, aunque no le sobraba nada. Y Ginés se equivocó iniciando de rodillas por abajo al de Alcurrucén, que volvería a perder las manos en sucesivas ocasiones pese al tiempo que aún tarde le otorgó su matador.

A Las Ventas parecía que le habían dado un lavado de cara del domingo hasta hoy, aunque media plaza silbara a un manso coronando de nuevo a Madrid (...) Fue a ese cuarto con el que el de La Puebla no pudo refrendar con una faena de oreja o de dos orejas lo que pudiera haber sido el cumplimiento de su sueño pendiente como es la Puerta Grande de Madrid, por donde toda la plaza le quería sacar. A esa que se lanzó de cabeza y con mucha cabeza Ginés en el sexto, mientras la gente seguía dándole vueltas a lo que pudo ser y no fue.

De Barberillo a Secretario, cuatro años después, socabando otra gran tarde de una figura de época como Morante en su esplendorosa temporada, fundió de nuevo Marín las bisagras de la puerta que le permitió ver de nuevo la noche de la calle Alcalá. Los posos de un año importante filtraban en Madrid una vorágine de toreo caro al natural, que puso boca abajo la Monumental amanerando rugidos pasados y taladrando la morbosa pared que separa lo natural de el canto a lo vulgar. De menos a mucho más. El cite a derechas, los cambios de mano en el centro de una arqueta pidiendo a la bragueta tuitazos que cupieran en 140 caracteres para aquellos dos naturales eternos que hilvanaron dos o tres más en coyuntura, echando siempre los vuelos al hocico del superclase del Lozano que moría de celo por ellos. De ahí al manicomio, a la lujuria, al "¡otra vez Ginés, otra vez!". La última a pies juntos terminó por profanar la noche manteando de estrellas el cielo de Madrid. Ese que le esperaba al otro lado del umbral de la puerta de la gloria por segunda vez, tras una de estocada tres dedos desprendida.

No había dado dos vueltas el primero por delante del percal, cuando Morante terminaba de decir con el capote que quería seguir escribiendo la historia del toreo en Madrid. El hablar de sus muñecas preñaban de poder una breve lidia por bajo que servía de antesala a esa primera verónica de un abanico breve que remató una media colosal, atravesando la plaza desde la M30 hasta el alto de la Avenida de los Toreros: frenética, Magna, pluscuamperfecta. El quite por el mismo palo y otra media de esas que buscan su sitio en la primera enciclopedia de la vida. Y luego las rogerinas galleando al castaño hacia el jaco. Y Madrid en ebullición con el quejío de las mejores tardes.

Muleta en mano esperó al silencio. Y el silencio vino, y Guitarra también. Con sus hechuras, con su tranco carbonizado de la castita apretona de Núñez que respondieron sin regalar nada al torerísimo inicio por alto y los dos poderos naturales del desprecio, como el trincherazo de postín que sucumbieron al plantel encastado que traía como carta de presentación de faena el pupilo de los Lozano. Madrid pedía silencio y Morante respondía perdiendo un pasito y limando con torería por bajo la aspereza de esa definitoria falta de franqueza. La colocación, la pierna de salida, la manera de coger esa muleta al natural arrimándose como no lo hacía en Madrid desde la histórica tarde del 21 de mayo de 2009. Pero a Guitarra se le rompieron las cuerdas y por allí no hubo más que rascar. Después, la estocada rinconera y la orejita de público, eso sí.

Independientemente de la cabeza nada brillante que incluyó a López Simón en el cartel de hoy, una vez dentro, al madrileño no se le puede reprochar nada más de lo que tiene. Porque no hay más. Lastimoso fue el dolorido trance por el que pasó cuando se le vino encima como un tren el 2° en el primer intento de estatuario. Mucho pundonor entre pitones pero frialdad en ese trasteo silencioso y sin transmisión que en ningún momento de la faena tomaría cotas altas de interés, pese al agradecimiento por su voluntad de dar todo lo que tienes y que es eso mismo, porque no hay más. Como así ocurriría en el 5°.

 

  • Plaza de toros de Las Ventas. 9ª de la Feria de Otoño. Lleno de "no hay billetes" permitido. Se lidiaron seis toros de Alcurrucén, muy bien presentados: serios, bajos y hechurados. Con voluntad pero sin finales los dos primeros, a menos la calidad del 3° por el izquierdo, manso el 4°, a medio gas el 5° y muy bueno por el izquierdo el 6°.
  • Morante de la Puebla (celeste y oro): oreja y silencio.
  • López Simón (azul marino y oro): ovación con saludos y silencio.
  • Ginés Marín (obispo y oro): ovación con saludos y dos orejas. Salió a hombros.
  • Destacar una tarde más la excelsa lidia y los buenos pares de José Chacón con 2° y 5°.

 

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