Enero va desgranando sus días en el calendario mientras nosotros vamos tachando uno menos. Uno menos para Valero de la Sierra. Uno menos para Valdemorillo. Uno menos para el Carnaval del Toro de Ciudad Rodrigo. Y nos lo repetimos como un mantra porque nos sirve para invocar la presencia del rey toro para seguir manteniendo viva la llama de la afición.
En estos días me han dicho que estoy «un poco obsesionada con los toros». Sí. No puedo negarlo. No quiero ocultarlo. Es el veneno inoculado en tardes de faenas de recuerdo que va a más y se adueña de todo el ser. Como diría mi paisana Ana Pedrero, a estas alturas de pretemporada y, aunque desde fuera pueda parecer aún reciente el final de la anterior, ya estamos «locos por sentir el frío del tenido en el culo». Por esperar pacientemente cada tarde a que una verónica al ralentí o una media bien abrochada a la cadera... o una trinchera de cartel nos arregle la semana y nos reconcilie con los sinsabores que, a veces, nos hace degustar esta (bendita) afición.
Una afición, en ocasiones, irracional que nos hace sabernos afortunados de ser capaces de emocionarnos con el misterio de la tauromaquia. ¡Benditos nosotros en esperanza y oro por el sentimiento de la emoción más inexplicable, más genuina!
Una pasión que nos da y nos quita, pero sin la que ya sabemos que ya no sabríamos vivir. Un día menos para Valero de la Sierra. Un día menos para Valdemorillo. Un día menos para el Carnaval del Toro de Ciudad Rodrigo...