Por el piton derecho
Vicente Carrillo Cabecera
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La historia interminable
Foto: MP
Feria de Abril

La historia interminable

Ignacio Muruve | Sevilla

Móviles en las manos. Un murmullo constante. Un desinterés total. Unos detalles para intentar sobrevivir. Y después, situaciones y hechos que jamás podré explicarme. Acercarte por la calle Circo, con la flama cayendo con el peso del propio abril en todo lo alto, y ver en el acta del orden de lidia cinco toros rechazados por “falta de conformación zootécnica” es alarmante, pero que sean de Juan Pedro Domecq lo es aún más. Y lo es porque te han levantado el castigo de la temporada pasada teniendo un historial reciente de lo más pobre -por no decir otra palabra-. Pues armas un lío de corrales. Pero no son estos factores los que me llaman la atención. Lo preocupante es que es conocedor del toro que se lidia aquí. Lo heredó de su padre que en gloria esté. Y después, a parte, la precipitación en la decisión de que vuelva esta divisa a Sevilla. Es la historia interminable.

El primero, lavado de cara y anovillado, fue bronco en el capote, en concreto cuando llegaba al embroque de un Morante que se percibía más natural y suelto. Eso que nos llevamos. No confiaba nadie en el toro, ni el propio José Antonio. Nos lo terminó de enseñar magistralmente el bueno de Curro Javier, siempre en lo que es: un figurón en los de plata. Apuntar sin disparar la bravura. Pasar sin más. La transmisión, brotando siempre por el derecho, nunca llegó por el contrario. Saludó una correcta ovación tras el berrinche de este público de ocasión, que pidió fiesta a un palco que aguantó sensacional tras el bajonazo.

Manzanares ni está ni se le espera. Porque lo que se espera siempre de una figura es el compromiso de estar. Y como mínimo, aparentarlo. El bello coloradito que hizo segundo siempre reptó sin embestir, es decir, que se abría sin querer emplearse de verdad, lo que resultó finalmente ser mansedumbre manifiesta. Y entre esa mentira en la embestida, chispas de peligro. El alicantino, en ese aire de pro probaturas eternas, nunca se puso de verdad. Silencio.

El toreo alado de Pablo Aguado arrojó la luz que faltó en el anterior capítulo. Meciendo con las muñecas, soltándolo con suavidad, enganchándolo en el momento justo. La última verónica y la media, de delirio. Tanto lo vio que se cebó seda en mano con él. Chicuelinas -estas sin tanto ajuste- para llevarlo galleando al primer encuentro y después, para quitar sin tanto eco. Tal vez sobrará el segundo quite a la verónica. E incluso el primero. Y más cuando llegó el animal Justo de todo lo que puede llegar Justo un toro bravo a la muleta. En ánimos de justificarse, se eternizó Aguado con este tercero. Y pese a esto estuvo atento el personal. Silencio. El sexto, más cuajado, fue un buey de carretas. Hasta ahí.

Morante, además de tener el don que da Dios a sólo unos pocos, también tiene sus incoherencias. Porque es inaudito que el de La Puebla siga pidiendo y empeñándose en esta ganadería. Por lo tanto, parte de la culpa del esperpento es suya. Díganme lo que quieran. La otra parte, lógicamente es del mismo ganadero. Sin un ápice no de casta, eso son palabras mayores, si no de vida. El quinto parecía anestesiado en su llegada al último trámite, que fue literalmente eso. Morante agarró la espada para darle puerta y hierro al toro. División de opiniones.

La pregunta surgida en el quinto es la siguiente: ¿cómo se puede lidiar un toro así en Sevilla? Abrochado en exceso y con la conformación hacia abajo, sin remate alguno, sin cuajo, etc. Manzanares por allí. Sin apretar el acelerador nunca. Qué tarde.

Ficha del festejo:

Plaza de toros de la Real Maestranza de Caballería de Sevilla. 5ª de abono. Lleno de “No hay billetes”. Toros de Juan Pedro Domecq: Mal presentados, mansos y sin fondo.

Morante de La Puebla: Ovación con saludos tras petición y división de opiniones.

José María Manzanares: Silencio en su lote.

Pablo Aguado: Silencio en su lote.

Se desmonteraron Curro Javier y Alberto Zayas.

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