La Maestranza lucía rara, como apagada. El último festejo del abono traía el agrio sabor del final, la pena callada de la despedida ante lo importante y aunque la felicidad seguía presente tras lo del viernes culpa de la resaca “morantista” (se le ovacionó tras el paseíllo), quién venía lo hacía con la mosca detrás de la oreja por varias razones.
Quienes pitaron a Morante por abreviar con el inválido primero espero que no lo hicieran por ese poco tiempo que lo tuvo delante, que fue incluso más de lo apropiado, sino porque el genio siga en sus trece de encontrar en esta ganadería un motivo para creer y acartelarse con ella. Al menos en Sevilla. Inválido desde la salida del primer encuentro con el picador, el de Juan Pedro fue despedido hacia la puerta de arrastre con una pitada de las que no se olvidan. El cuarto, de menor volumen, fue áspero y deslucido. Sin un ápice de entrega. El de La Puebla abrevió acertadamente y lo estoqueó al contrario.
El segundo, recogido de pitones, fue otra película respecto al primero. Se deslizó por los trapos de Ginés Marín con un recorrido justo pero con ritmo. Faltó esa chispa, ese picante para terminar de explotar. El extremeño ralló a gran altura, poniéndolo él todo desde el comienzo del trasteo en una función aleccionadora, de profundo aprendizaje. Moldeó la embestida. Manejó tiempos y distancias y el colaborador (que no pasó de dicho término) lo agradeció. Oreja importante que hubiera tenido un mayor peso de haberse enterrado el estoque al completo.
El castaño quinto lució unas hechuras que cantaban a los cuatro vientos de donde venía el animal. Topó más que embistió al capote de Ginés. Cuando salió del gran tercio de banderilla que protagonizaron Viotti con los palos y Punta con el capote, Zurriburri comenzó a acometer desordenado, soltando la cara y con aires de irregularidad. Dio una embestida diferente constantemente y no hubo uniformidad. Ginés Marín hizo el esfuerzo pero ante la variedad de embestidas complicadas no se calentó aquello.
El transcurso de la tarde iba claramente in crescendo por parte de la torería andante. Aguado dejó muletazos de un calado tremendo, de un temple soberbio y de un asentamiento majestuoso al soso tercero. El colorao tuvo clase, pero como el anterior, también pecó de falta de celo y de empuje. El público picó con el anzuelo del gusto añejo tras el comienzo por bajo con los doblones y siguió entrando en la faena a medida que el sevillano danzó con el animal por derechazos. Los naturales, partiendo de la media altura y acabando por crujir la embestida abajo, fueron una delicia. Le hacía falta a Aguado un reencuentro así con su toreo. Segunda oreja de la tarde. Se peleó con el también (como cuarto y quinto) deslucido sexto. De bellísimas hechuras pero de turbias ideas.
Ginés Marín y Pablo Aguado cortan una oreja en la última de San Miguel. El extremeño tras una importante faena al toro más encastado de Juan Pedro Domecq y el sevillano dejando su sello de calidad y lentitud. Pésima suerte de Morante con su lote. pic.twitter.com/0mDiubNAaB
— Toros (@toros) September 25, 2022