Por el piton derecho
Vicente Carrillo Cabecera
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Llorar ocho años después
Manuel Escribano paseando las dos orejas del sexto: MP
Feria de Abril

Llorar ocho años después

Ignacio Muruve | Sevilla

Recuerdo que bajé al ruedo serpenteando por el tendido, entre almohadillas descoloridas de la Cruz Roja. Pedí permiso educadamente al portero que guardaba tablas de la antigua enfermería, localización en los bajos del ocho, para atravesar medio tercio ya con los castellanos empolvados de un albero de oro. Cuando me situé rápidamente en los terrenos del tercio, buscando la bravura guardada ya en un chiquero de la Maestranza, doblé el tobillo dentro del surco. Cobradiezmos marcaba un traspiés. Ocho años después, con el peso del tiempo asentando los cimientos de la memoria, intentaré, mientras pueda, buscar su bravura perfecta aún sabiendo de la imposibilidad. Lloré aquel día con Manuel. Volví a llorar hoy con él mismo.

Con el vientre partido y el alma torera en furia incontrolable, de trabajo y oro. Del que sufre y del que lo siente, ha realizado la mayor proeza que han visto mis ojos de humilde cronista. No puedo, y discúlpenme, describir con palabras lo que ha sucedido en el sexto de la tarde. Para abrir telediarios de un mundo que huye de estas situaciones de honor y superación, que centra los focos en superficialidades indignas y que mira para otro lado cuando la hombría hace presencia. Irse a chiqueros de nuevo, zamparle dos pares de banderillas a un pavo de Victorino y estar, sólo y con el cuerpo zurrado por la paliza, delante de él. Y además, pegarle muletazos de mérito indescriptible. Gracias por nacer torero, por parecerlo y por haberlo sido siempre. Porque cuando me pregunten por ti, diré orgulloso que eres el mayor ejemplo de dignificación de la fiesta. Porque hoy, en tarde en la que se te habría perdonado la ausencia en el sexto, has estado. Por hacerme llorar como hace ocho años y por enseñarnos a todos los aficionados lo que significa esta profesión: Manuel Escribano, matador de toros.

La tarde comenzó pésimamente, con malintenciones colgadas en las agujas del primero y con olor a hule. Escribano, siempre en máximo compromiso con su profesión, enfiló el camino de la verdad atravesando el ruedo que tenemos los aficionados por mundo en estos días. La larga fue limpia, pero el toro comenzó a acostarse por el pitón izquierdo en dos verónicas de tremendo ajuste. A la tercera no perdonó. El pitón viajó hacia el vientre y rodilla derecha y el terror se apoderó de la escena. El terror y el coraje, porque da mucha rabia que siempre pague el toreo con la misma moneda a quien lo engrandece continuamente. Fue operado. Borja, con el rictus cambiado, dejó la montera en la boca de la enfermería en un momento de lágrimas contenidas y, tras ello, se cruzó como si tuviera el pájaro un cortijo en cada pitón. Las inercias cambiaron así como la dificultad, que viajó del izquierdo -el que hizo sangre en Escribano- al derecho. Se tragó un puñado de naturales, todos ellos hacia la querencia, que resultaron extraordinarios. Qué seriedad la de Borja. Entre la frialdad del percance, quedó aquello en una ovación en el tercio. El alivio para Roca Rey llegó al ver cómo corría como la pólvora el rumor de la salida de Escribano en el sexto. Señorías, recién operado. No hay término para eso. Yendo al meollo el asunto, Andrés se vio absolutamente desbordado por el buen segundo, escurrido y de escaso perfil, primero en su lote y que iba a lidiarse como tercero de la tarde. Dio síntomas positivos en la lidia, humillando y yendo largo en tranco enclasado, pero nunca terminó de estar bien colocado el peruano. Se lo llegaron a cantar hasta tres veces desde un tendido que, en favor de Roca Rey, debemos decir que lo midió muy duramente, aunque como se esperaba. Dubitativo y sin capacidad de atravesar la línea -quién lo diría en la primerísima figura-, los pitos y el aire de exigencia empequeñecieron al torero. Silencio.

Con todo de cara, lo de Borja Jiménez en el tercero se cuenta como un ejercicio de técnica y pureza descomunal. Comprendió a la perfección que había que pulsear una embestida que con suavidad, respondía con un caudal de clase acaramelada fabulosa. De pobre cara pero muy bajo, un zapato, Ahí estuvo el lío, en dosificar al principio para gustarse en el segundo tramo de la faena. El animal, cuando el de Espartinas enseñaba, sólo enseñaba y tocaba levemente, siempre fue a más. Los naturales, en una postura de asentamiento y firmeza así como de relajación, de hombros caídos y naturalidad. Todo el conjunto fue rotundo de elasticidad máxima y redondeado con adornos torerísimos. Tiene, en su concepto, una doble vía de comunicación: el poder y la pureza. Y ambas, en relación, es letal para el corazón de quien lo presencia. No negocia, por tanto, la exposición. La espada, que quedó tendida, agarró dolor y aunque tardó en caer -tuvo muerte de bravo, tragándosela-, el delirio estaba contenido y estalló cuando dobló manos y patas. Oreja.

Explico lo sucedido en el cuarto, sexto en orden de lidia, con la palabra inexperiencia. Y es que cuando uno se ampara en el abanico de cinco ganaderías que se repiten continuamente y sales de ese suculento plato para darle el gusto al aficionado, es difícil que los resortes técnicos que precisa una ganadería como Victorino, los tengas por arte de magia. Roca Rey no estuvo con este cuarto pese a recetarle derechazos con profundidad. Seguía el ambiente y clima de tensión con él, y cuando más o menos le había cogido el aire, ya habían transcurrido ocho minutos de trasteo sin calado alguno. Le salió a pagar la tarde al peruano.

Ficha del festejo: Plaza de toros de la Real Maestranza de Caballería de Sevilla. 7ª de abono. Lleno de “No hay billetes”.Toros de Victorino Martín: Variados en juego y presentación. Con humillación, clase y motor el 3° y enclasados 2° y 4°.

Manuel Escribano: Herido y dos orejas.

Borja Jiménez: Ovación con saludos en el que estoquea por Manuel Escribano, oreja y ovación con saludos.

Roca Rey: Silencio y palmas.

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