Morante es, definitivamente, un Estado de Excepción al que agarrarse, frente a la vulgaridad reinante cada vez menos extraordinaria que entiende el toreo como verbena. Ayer, la estatua de Pepe Luis que abraza la Maestranza se hizo carne para habitar entre nosotros en la figura hierática del torero de La Puebla, erigiendo una espera de homenaje centenaria con el cartucho de pescado en ristre desde los medios.
Fernández Figueroa le había regalado la segunda oreja del 3° a Roca Rey, pero Morante no trenzaba su tercer paseíllo de la temporada en Sevilla para lamentarse por eso. A Sevilla se viene a torear. Aunque no se enteren de nada, pues su degradada afición en el pecado ya lleva su penitencia. Aquellos naturales a pies juntos preñaron la historia del toreo una tarde más; Pepe Luis bajaba del bronce para ser carne y hacerse inmortal en el corazón de Sevilla.
Mañana terminará la Feria con una miurada para Escribano en solitario, en mitad de la ya costumbrista verbena maestrante. Las Puertas del Príncipe y las orejas de saldo han pasado a mejor vida después de la tarde del cigarrero. Se acabaron las lamentaciones hasta San Miguel. No hay memoria. Y si la hay, Morante, como titulaba ayer Zabala, "sacó el borrador". Y desde el centro del ruedo le sonrió a Sevilla con el cachito de oreja que paseó. Y desde allí volvió a ofrecer siete mil chorros de sangre de la fuente del Camborio a quien le trajera vivo al que vivió de amores.
¡Ay del día en que le salga un toro bravo!