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Nacer mozo de espadas para vivir en torero
IN MEMORIAM | Gonzalo Sánchez Conde, Gonzalito

Nacer mozo de espadas para vivir en torero

Darío Juárez
Se fue con la misma sonrisa a la que nos tenía acostumbrados cada tarde que lo veías entrar o salir con su guayabera de una plaza de toros. En la mañana de hoy, Gonzalo Sánchez Conde, Gonzalito, el que fuera mozo de espadas de Curro Romero, nos decía adiós a los noventa años en su domicilio de Madrid.
 
No quiso esperar a Navidad para llevar el surtido de ibéricos y polvorones a sus compañeros de diálisis de la Fundación Jiménez Díaz, como acostumbraba cada año por fechas tan señaladas. Tampoco para organizar la fiesta flamenca que con la inestimable ayuda de su hija María montaba en pleno hospital: "Hoy vengo con la garganta fenomenal", decía cuando sentía que era buen día para cantar.
 
Su papel de mozo de espadas le hizo jugar en primera cuando, tras probar suerte como torero y habiendo debutado como mozo de espadas de Manolo Carra, Antonio Márquez -"el Belmonte rubio"- le aupó para colocarse con Curro como su hombre de confianza. Detallista, atento, gracioso y con un sentido de la reciprocidad sentimental muy elevado, le dolía y así lo expresaba, todo aquello que salía del corazón y no era mutuo: "Cuando le poníamos el capote a la Duquesa de Alba, no es que no tuviera un detalle con Curro, es que no lo tenía conmigo".
 
Fueron muchas las tardes que Curro toreaba en el sur de Francia y Picasso les invitaba a cenar a su casa. Siempre comedido y sabiendo jugar muy bien siempre su papel, pero galante, sincero y decepcionado en los últimos años por ver cómo la tauromaquia se ha ido desligando poco a poco de la sociedad: "Antes ibas a casa de los toreros y veías a gente como Concha Piquer o Débora Quer, y ahora sólo las ves llenas de futbolistas".
 
La vida de Gonzalito la rigió su alma independiente. El respeto y responsabilidad de acompañar a una figura del toreo e incluso a toreros más modestos, en ocasiones le hacían desligarse del plano de confianza o confidencial, hasta el punto de ausentarse muchas veces por temor a molestar. Gonzalito se debía a Curro y Curro se desvivía por él. Estando el Faraón haciendo las Américas, coincidió una tarde en Lima con Antonio José Galán; la última de Curro ese año al otro lado del charco. Mientras Gonzalo vestía a Curro en el hotel, apareció Galán y le pidió que si hacía el favor de vestirle, ya que su mozo de espadas no estaba en condiciones de hacerlo. En ese momento levantó la mirada Curro y le espetó a Galán: "si le vas a pagar lo mismo que yo, te lo dejo aquí. Si no, me lo llevo para España". Finalmente, Galán le pagó más, Curro cumplió su palabra y Gonzalito se quedó allí haciendo la temporada como mozo de espadas de Antonio José.
 
En la tarde de este sábado vistió al cielo de blanco y oro. La Puerta Grande se abre de par en par para recibir a uno de los últimos románticos del toreo. Gloria eterna, Gonzalito.
 
D. E. P
 
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