Por el piton derecho
Vicente Carrillo Cabecera
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Ni del montón ni Manolete resucitado
Ni del montón ni Manolete resucitado
Ni del montón ni Manolete resucitado
Ni del montón ni Manolete resucitado
Ni del montón ni Manolete resucitado
Ni del montón ni Manolete resucitado
Ni del montón ni Manolete resucitado
Ni del montón ni Manolete resucitado
Ni del montón ni Manolete resucitado
Ni del montón ni Manolete resucitado
Crónica Madrid | 18ª de la Feria de San Isidro

Ni del montón ni Manolete resucitado

Darío Juárez

El marceo de mayo del domingo para acá no sucumbe a las ansias de calor. Los vientos profanos pervierten chismes y desasosiegan voluntades cuando delante está el toro de Madrid o lo que nos han querido vender en muchas corridas de esta feria como el toro de Madrid. Algo discretamente secundario -o no- para un Ginés Marín que pagó con sangre su libertad y diez días después se volvía a enfundar en un vestido de torear.

Al contrario que el destino marcado para esta divisa el pasado lunes, una descastadísima y cinqueña corrida de Fuente Ymbro maridó una frígida tarde ventosa y desapacible, en la que sólo el valor y el poder de Roca Rey sin espada frente al entablerado 5° hizo levantarse del asiento a una gran parte de la plaza, con la restante negada a tal escandalosa proliferación triunfalista. Y no porque el peruano no se mereciera ese orejón que le tenía cortado al mansazo de Gallardo, sino porque hoy le hubieran pedido el rabo por dos tandas; muy buenas y entregadas, por cierto, pero dos tandas. Por su parte, a Urdiales ya le espera la tarde del viernes sin haber pegado un solo muletazo a sus dos toros. Cuanto menos preocupante.

La apuesta de Roca Rey este San Isidro carecía de peso cuando otras figuras se estaban apuntando a otro tipo de carteles y su nombre solo aparecía en dos y para acompañar. La morralla inválida de Victoriano con la que sacó la cabeza el jueves llevó al peruano a tener que levantar otra tarde plomiza a base de mando, sitio y un valor seco entre el ¡uy! y el ¡ole! demoledor. Torear es otra cosa, pero se monta encima de cualquier toro. Y así se comió al 5° tras perseguirle del sol al 9, del 9 a los medios y de los medios a las tablas del 3. Y allí se enfrontiló y le robó dos tandas templadas cargadas de una verdad superlativa, con pulso, mando y una sobriedad pasmosa que añadiría con los cohetes y bengalas de los cambiados por la espalda sin la ayuda, las bernadinas cambiando el viaje y los finales al hilo. La plaza enloquecía como si hubiera resucitado Manolete tras un mal trago de whisky. Lo que está claro es que del montón no es, porque no deja a nadie indiferente. Y Roca no mató. De haberlo hecho, la petición de rabo se masticaba desde Canillejas. Qué lástima de plaza... Aire, quizá a su aire debió dejar al 2° y no apretarle tanto en las rayas tras el inicio por alto de estatuarios. El toro se afligió enseguida y no decía nada a partir del segundo muletazo.

La ciencia en el toreo es inexacta; las matemáticas no siempre son matemáticas cuando se trata de la heroicidad del hombre. Ginés Marín rendía Madrid cuando ésta le sacó del burladero para recoger la atronadora ovación de reconocimiento tras romperse el paseíllo. La injusticia desenfrascada desde el palco al no querer cambiar al inválido 3°, que además se partió la vaina del pitón izquierdo en la tronera del burladero de matadores antes del segundo tercio, hizo que el extremeño se lo tuviera que jugar a una carta con el feísimo 6°. Hechizo, sin ser igual que el hermano del mismo nombre que le hizo sudar a Román en 2018, traía el tridente del diablo en los pitones y un mejor galope corto que cualquiera de los jacos de la cuadra de picar. Ginés se lo brindó a Madrid y se lo trajo al sol para sobarlo entre las dos rayas con tandas largas de naturales de a uno, sin distancias ni un cambio de terrenos más apropiado en los terrenos del tercio. Sitio en el que el toro respondió al final en una última tanda ligada y lograda por el derecho, antes de irse a por la espada.

A la muerte del 4°, había gente que se miraba porque iba a salir de la plaza sin ver a Diego Urdiales pegar un solo muletazo/capotazo en dos horas y media de toros. Ni un triste intento de quite del perdón con el 6° de Marín. El riojano deambulaba perdido por la plaza, como si no la conociera. Plaza que no conoció a ese torero dubitativo y podido de confianza en ideas y al cual le respetó hasta el final de esa faena con la mole primera de Gallardo que, sin ser nada ni habiéndolo querido cambiar el usía por su invalidez en los primeros tercios, no molestó y se arrancó con prontitud a la muleta de un Urdiales que no le llegó a templar ni a convertir en caricia ese deslucido final de muletazo en el que siempre le punteaba el paño. Por el izquierdo, ídem. El 4° fue otra cosa distinta, incluso más descastada y fría que su hermano de lote, con el que sólo pudo resoplar y alargar una faena carente de sentido.

 

  • Monumental de Las Ventas. 18ª de la Feria de San Isidro. Lleno de No hay billetes en tarde ventosa. Se lidiaron seis toros de Fuente Ymbro, muy serios y cuajados, cinqueños todos ellos; mansos en varas y en el último tercipo, sin fondo de casta y huidizos.
  • Diego Urdiales (verde bandera y oro): silencio y silencio tras aviso.
  • Roca Rey (azul marino y oro): leves palmas y ovación con saludos tras aviso.
  • Ginés Marín (corinto y oro): silencio en ambos.

 

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