Por el piton derecho
Vicente Carrillo Cabecera
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No entiendo por qué me gustan los toros
No entiendo por qué me gustan los toros
No entiendo por qué me gustan los toros
No entiendo por qué me gustan los toros
No entiendo por qué me gustan los toros
No entiendo por qué me gustan los toros
No entiendo por qué me gustan los toros
No entiendo por qué me gustan los toros
No entiendo por qué me gustan los toros
No entiendo por qué me gustan los toros
No entiendo por qué me gustan los toros
No entiendo por qué me gustan los toros
No entiendo por qué me gustan los toros
No entiendo por qué me gustan los toros
No entiendo por qué me gustan los toros
No entiendo por qué me gustan los toros
No entiendo por qué me gustan los toros
No entiendo por qué me gustan los toros
No entiendo por qué me gustan los toros
No entiendo por qué me gustan los toros
No entiendo por qué me gustan los toros
No entiendo por qué me gustan los toros
Crónica Madrid. 7ª de la Feria de San Isidro

No entiendo por qué me gustan los toros

Darío Juárez

Muchas veces me da por pensar qué hice yo mal para aficionarme a esto. No porque me arrepienta ni mucho menos, sino porque por más vueltas que le doy no consigo encontrar una razón lógica que me haga entender el grado de deficiencia que está tomando la tauromaquia en nuestros días. Faltas de rigor, criterios sin bases sólidas de los palcos, faltas de respeto hacia el toro y, en el caso de hoy, venir a Madrid a pasearse vestido de luces e irse con la sensación de que te vas con los deberes hechos. Ese es el problema. Un conglomerado de aciagas y dolorosas situaciones para el aficionado que repercuten en el devenir de la Fiesta. Miren, no soy nadie para poner o quitar nada en este mundo, pero mi condición de aficionado está afligida, lastimada y vilmente tratada por ciertos detalles que acaban convirtiéndose en montañas a las que subes cada vez con más frecuencia y en las que cada vez sientes menos el oxígeno de la afición. Una voz popular dijo eso de «se ganan juicios pero se pierden plazas». Y como Madrid se pierda, se acabó.

Jesús María Gómez devolvió a los corrales al cuarto de Las Ramblas únicamente por su incontestable mansedumbre y sin haber sacado al caballo para probar por qué palo dirimiría su condición. Con todo y con eso, una ramblada mansa, mirona y andarina catapultó la séptima de la isidrada. David Mora, con su correspondiente suerte en los sorteos bajo el brazo, dejó ir un lote de puerta grande con el que no se entregó en ningún momento, y al que toreó al hilo del pitón forzando una estética antiestética. Juan del Álamo se fue sin pena ni gloria tras una tarde correcta con un lote que sirvió pero que salió con la cara por las nubes; mientras José Garrido, ante el peor lote, dejó pasajes sueltos con el tercero que no llegaron a calar en los fríos tendidos venteños.

«El presidente podrá ordenar la devolución de las reses que salgan al ruedo si resultasen ser manifiestamente inútiles para la lidia, por padecer defectos ostensibles o adoptar conductas que impidieren el normal desarrollo de ésta». Así es como responde el reglamento ante la falta de rigor presidencial del usía. Puede que la última frase salga en defensa de la decisión de Jesús María Gómez, pero no sin antes haber probado al toro en el peto. En el caballo es donde se mide la bravura y tras sentir el hierro un toro puede romper… y no sería la primera vez que pasara. Aún así nunca se sabrá. Era el cuarto. En su lugar salió un sobrero de José Cruz salvado por su portentosa cornamenta, puesto que el resto de su morfología estaba muy falta de remate. Entre gritos de «¡miau!» lo saludó David Mora a la verónica. Tendencioso a huir, llegó a emplearse algo más con los palitroques que le colocó Ángel Otero, que sin desmonterarse, saludó. Torero y variado inicio de faena, con unos primeros muletazos de rodillas, rematados con la firma o cambio de mano por bajo. Fin. De ahí en adelante se pudo ver a un toro de lío gordo que humillaba y metía la cara con prontitud y celo, y a un torero tirando líneas con la muleta al hilo del pitón. Sin cruzarse, sin buscar la cadera en ningún momento y desaprovechando la entrega que le estaba regalando el negro. Bajó la mano, sí, pero no vale si el toro siempre sale hacia fuera cuando te está pidiendo el embroque en el pitón contrario. La composición de su figura me recordó a cuando invitan a los matadores retirados a trastear dos series en un festival. Y para colmo los fantasmas del San Isidro pasado volvieron cuando escuchó un segundo aviso.

Una tanda en vertical por el lado derecho fue lo más reunido que consiguió el de Borox al primero de la tarde. Un manso de 600 kilos, sin ser ofensivo de cara en comparación a sus hermanos y al que se le dio bien en el primer encuentro con el caballo. Salió tirando derrotes a los peones para llegar a la muleta con transmisión y humillando. David Mora, del mismo palo, acabó con su vida con un trasteo por ambos pitones donde no midió distancias, donde no supo de terrenos y donde dejó ir a otro toro de oreja clara. Opaco, sin entrar en la tarde y antiestético a más no poder con ese denotable retorcimiento.

Juan del Álamo regresaba a Madrid con el mismo terno con el que salió a hombros el pasado año. Misma suerte no correría esta vez, ya que se desentendió de un segundo animal potable y le faltó concatenación recíproca en la actuación con el quinto. Aún así, se vio un gran toreo de capa al saludar por verónicas y rematar con tres medias al serio y astifino segundo que contestó de una manera suavona y distraída. Gran inicio genuflexo por abajo con muletazos de gran belleza, incluyendo un natural de retina. Pedía humillación al salir del trapo y eso hacía que Del Álamo intentara buscar siempre la profundidad. Cargaba la suerte pero faltaba reunión. Por el izquierdo se venía más vencido y el salmantino se quedaba más retirado. Aún así abundó y destacó su firmeza de plantas. El quinto fue otro toro muy manso que rompió en el capote de Jarocho antes de saludar al matador con hechuras abisontadas y feísimo. Salía con la cara por arriba y el salmantino quiso bajarle la mano y mandar sobre su acometida. Entre dimes y diretes, pasaba la tarde sin la emoción necesaria en Madrid, que también va por barrios.

Segundo y último paseíllo en esta feria para José Garrido. El extremeño fue el menos agraciado del sorteo y poco pudo decir con lo que tuvo delante. En tercer lugar apareció un toro con carnes, pero muy soso de condición. El público nunca llegó a entrar en una faena que fue correcta pero que pudo decir algo más si la emoción hubiera ido por otras vertientes. El sexto fue un bodrio desclasado. Ofensivo por delante a más no poder y con una condición de manso resabiado. Lo buscó en repetidas ocasiones, adquiriendo sentido a medida que iba avanzando la faena. Nada que hacer.

 

  • Madrid. Plaza de toros de Las Ventas. 7ª de la Feria de San Isidro. Casi dos tercios de entrada (15.489 espectadores) en tarde apacible y con rachas de viento. Se lidiaron cinco toros de Las Ramblas y uno de José Cruz (4° bis), de irregular presentación y atacada de kilos. Manso manejable el 1°, potable el 2°, muy soso el 3°, mal presentado y de lío en la muleta el 4° bis, manso y de poca transmisión el 5º e inoperante, manso y malo el 6°.
  • David Mora (verde manzana y oro): ovación con saludos y silencio tras dos avisos.
  • Juan del Álamo (blanco y plata): ovación con saludos tras aviso y silencio.
  • José Garrido (verde botella y oro): silencio tras aviso y silencio.
  • Roberto Martín Jarocho se desmonteró tras parear al segundo y Ángel Otero saludó tras hacer lo propio con el cuarto.

 

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