La corrida de hoy es de esas que te pones a analizarla con muchos de los que la hayan visto en el tendido y con toda seguridad te cuentan una cosa absolutamente contraria a la que seguramente dirán los que se han puesto delante. ¿Y qué piensa quien escribe estas líneas? Pues que a los de La Quinta les faltó mucho, pero mucho, para llegar al nivel habitual de esta pedazo de ganadería.
Para empezar, les faltó entrega y bravura de verdad. Esa que hace que un toro embista veinte veces llenándose el hocico de arena, esa que permite enganchar adelante las embestidas y someterlas por abajo hasta el final. Esa que es la bravura de verdad. Sí, algunos dirán que hubo un gran toro en varas, el quinto. Pero hasta donde yo sé, y lo que sé sobre eso lo he aprendido en muchos años de ver tentaderos, cuando a un toro se le pone en el caballo después de un primer puyazo y después rehúsa ir, el calificativo adecuado no es el de distraído, sino otro. Pero en fin, para gustos, los colores.
Quizá el que mayor entrega tuvo en las telas fue el segundo, que abría el lote de Javier Cortés, que fue alternando ambos pitones tratando siempre de alargar el recorrido de un cinqueño que, si bien embrocaba por abajo, después no terminaba de ir para delante y a veces quería acordarse, sobre todo cuando se los querían ligar. Anduvo solvente y por momentos poco atemperado. Así se mostró también ante el quinto, toro muy de público que derribó al encuentro en el primer puyazo (que fue un picotazo), se vino de largo en el segundo y tardeó una eternidad cuando lo citaban por tercera vez, ya para dejarse pegar a regañadientes. No humilló nada, así que había que llevarlo tapado en su altura, sin brusquedades ni atosigamientos que lo embrutecían. El caso es que allí al final acabó por no pasar nada.
Rubén Pinar saludó una ovación protestada tras despachar al cuarto, un toro con el que se ajustó poco pero al que fue sacándole muletazos a su forma, aprovechando las idas y venidas de un animal noble y mansurroncete, que humillaba en el embroque pero que después amagaba con abrirse, aunque volvía a tomarla. Eso sí, afligiéndose en cuanto le ligaban más de dos. Así que se la dejó en la cara en una faena con clara base en el derecho que, curiosamente, tuvo su momento más relajado en uno de los pocos naturales que instrumentó. El que abrió plaza tuvo nobleza, pero poca raza y fuelle, con lo cual estuvo cada vez más desfondado y no dio importancia a un trasteo que tampoco tuvo nada que reseñar.
Thomas Dufau se fue a portagayola para recibir al muy armado tercero, que después fue infamemente picado. Nadie pensaba que iba a aguantar, pero el toro, encastado y sin clase alguna, llegó con brío a la muleta, donde poco a poco se fue atemperando, aunque eso sí, embistiendo de principio a fin con la cara completamente a su aire. Pero ni cuando tuvo motor ni cuando más adelante se pacificó fue capaz el francés de sacar nada en claro. El sexto era como un primo de Zumosol de este encaste y embistió como si se hubiera tomado veinte litros seguidos de ese bebercio y tuviese una borrachera de azúcar: cansino, soso, al paso y con la cara a su altura. Total, y siguiendo con la bebida, que al primer tapón, zurrapa.
Ovación para Rubén Pinar y Javier Cortés con una variada corrida de La Quinta. Thomas Dufau es silenciado en sus dos actuaciones. pic.twitter.com/LekTKZyOAu
— Toros (@toros) 14 de mayo de 2019