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Un melón para la afición
OPINIÓN / TRIUNFALISMO EN MADRID

Un melón para la afición

Darío Juárez
La generosa sinceridad de Castella el pasado jueves en el restaurante Puerta Grande cuajó la tarde de argumentos, opiniones y respuestas que le fueron pescando sin cebo los socios y simpatizantes de la Asociación el Toro de Madrid, en la primera y más que interesante tertulia del segundo ciclo invernal que organizan.
 
El último de septiembre de 2020, Sebastián Castella se retiraba de los ruedos por primera vez en sus veinte años de alternativa. Esta temporada volverá a vestirse de luces, y fue en la propia sede de la ATM donde reconoció la necesidad personal que tuvo de irse en ese momento, después de que el Covid chafara los planes que tenía para el año en el que cumplía dos décadas como matador, respondiendo así a la cuestión formulada por el presidente Roberto García Yuste. Quien tras las preguntas de Rosco sobre el porqué de reiterar tantos inicios de faena desde los medios y la opinión reservada del francés sobre Juan Bautista y Simón Casas como empresarios, reabría un melón que lleva tiempo a debate pero aparcado como es el de la posibilidad o incluso necesidad de que la Puerta Grande de Las Ventas sólo puedan abrirla aquellos novilleros, matadores y rejoneadores que consigan cortar dos orejas a un mismo toro, como ocurre en la bilbaína Vista Alegre o las tres que se exigen para descerrajar la del Príncipe en Sevilla.
 
Al preguntar el presidente sobre esto al matador galo, Castella se desmarcaba de inmediato apostillando que no es nadie para decir si se tienen o no que cortar dos orejas a un mismo toro. Sin embargo, ahí había un debate muy necesario que hoy podría ser parte de la medicina o del remedio que palie el enfermizo exceso de triunfalismo reinante y contrastado que habita dentro de los muros de la plaza más importante del mundo. La confirmada laxitud de ciertas Puertas Grandes en los últimos tiempos gracias a la falta de afición, los autobuses del fulano de tal, los del mengano de cual o a la carga alcohólica de los panitas que pisan la plaza dos veces al año para el selfie de Instagram, han hecho tirar por tierra, entre otras cosas, la importancia que tenía -en pasado- superar la dificultad de la plaza y del toro de Madrid para triunfar en ella. 
 
Resulta indefendible y sonrojante a partes iguales que se estén premiando sartenazos en los blandos, arrimones frente a toros sin vida o volteretas sensacionalistas, sin previamente haber dado un solo muletazo. Y lo más tenebroso: que la autoridad, amaestrada por la fan zone del botellón de jueves a sábado de feria y fiestas de guardar, lo secunde entre otras tantas tropelías que permite o firma. Roberto reabría un apetiroso melón que la ATM y demás asociaciones o grupos de aficionados de la plaza de Madrid deberían dar a probar al CAT y la CAM. Ya no para que lo defiendan de una, porque eso es incompatible para aquellos que enarbolan su “defensa” de la tauromaquia a partir del triunfalismo, sino para que al menos se estudie la propuesta con cierto rigor artístico e indentitario y no como un capricho de aficionado de los que se quedan en un cajón maloliente, como ocurrió en su día con el proyecto de unas obras ficticias que han dejado abandonada a la Monumental durante cinco años y con una pandemia de por medio.
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