El epílogo de la Feria de Otoño nos dejó a todos esa sensación de quedarnos con la miel en la boca. Eso, a pesar de que más que miel lo de Adolfo es como los pimientos de Padrón, pero hoy han sido todos de huerta andaluza y, a excepción del cuarto, ni uno sólo picó lo suficiente como para darle interés al guiso. Total, que al final la gente, en vez de borrachera de toreo se ha ido para su casa con tres botellas de agua en el cuerpo. La próxima vez será...
Con todo, hubo un toro, ese cuarto, que despertó al público del letargo en el que se iba despeñando la tarde. Cárdeno, más claro que los demás, y con un tipo distinto a los otros, su trapío menguaba porque le faltaba todo el penacho de cerdas en el rabo. Echó las manos por delante en el capote, cumplió en varas y llegó a la muleta con un sabroso pitón izquierdo por aprovechar. Lo descubrió pronto Curro Díaz, que basó toda su labor en él. Ya fue muy entonado el principio, con ese toreo por bajo que borda el de Linares, y después entendió enseguida que había que perderle pasos y darle un tiempecito entre muletazos, porque cuando lo atosigaban se embrutecía. De esa forma, el encastado ejemplar fue puliendo sus defectos iniciales, ganando en humillación y recorrido, aunque nunca acabó de irse de los vuelos. Medido Curro, acabó nuevamente echando mano de lo accesorio, y habría cortado una oreja de no fallar con la espada, buen premio para un conjunto en el que sólo sobraron algunos enganchones y el pinchazo que precedió a la estocada. El que abrió plaza, noble y demasiado picado, duró apenas una serie en la que mostró su buena clase, pero al final de esa tanda inicial perdió las manos y ahí se afligió, con lo cual ya hubo poca tela que cortar.
Los compañeros de cartel de Curro Díaz tuvieron nulas opciones con su lote. Por ejemplo, López-Chaves estoqueó por delante uno al que ya protestaron por flojo de salida y cuyas claudicaciones salpicadas a lo largo de la lidia solaparon completamente su buena clase. Con él anduvo el salmantino firme, asentado y por encima, lo que también resume su hacer ante el basto quinto, al que con dos bemoles se fue a parar a la puerta de chiqueros, donde se había aquerenciado. Sobre las piernas, con el toro punteando y quedándosele por debajo, lo sacó hasta los medios y se ganó la ovación de la tarde. Después el mulón no tuvo raza ni voluntad de embestir, así que no sirvió ni para meterse con él.
Manuel Escribano volvía a Las Ventas después del cornadón de San Isidro, y la plaza tuvo el gesto de sacarlo a saludar tras el paseíllo. Él respondió yéndose a portagayola, trance en el que fue trompicado, escapándose por tablas. El sevillano, que tan resolutivo es en banderillas, falló esta vez y ese desacierto lo sacó un buen rato de la corrida, el suficiente como para que en la muleta no lo viera claro. Encima el toro picaba por dentro y Manuel no lo vio metido en los trastos, pasando incluso por algunos momentos de apuro. Al sexto, con mucha longitud de pitón pero escaso perfil, también lo recibió en la puerta de chiqueros. Con éste sí anduvo centrado garapullos en mano, pero después el animal no tuvo alma para seguirla hasta el final ni mucho menos para repetir, así que aquello no tuvo mayor historia que la inútil porfía del diestro por intentar conseguir algo de lucimiento.
Deslucido cierre de la Feria de Otoño por el pobre juego de la corrida de Adolfo Martín. Curro Díaz logra los momentos más artísticos al natural con el cuarto. Sereno oficio de López Chaves y entrega de Manuel Escribano.#FeriadeOtoñoenToros pic.twitter.com/deFFhT08vs
— Toros (@toros) October 6, 2019