Por el piton derecho
Vicente Carrillo Cabecera
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Una losa de cuatro años
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Una losa de cuatro años
CRÓNICA MADRID | 6ª de la Feria de San Isidro

Una losa de cuatro años

Darío Juárez

Hasta 2018, Madrid vibraba por él y con él. Es su último consentido. La mística de su regreso ha entintado páginas enteras de renglones durante su ausencia hasta llegar al día de hoy, como si el hogar donde empezó todo no hubiera sido el mismo sin su hijo pródigo. Como si Madrid hubiera estado huérfana de Talavante en estos cuatro años. Sin embargo, la estampa pálida, afilada y pa dentro que asomaba por encima del cuello de la camisa en el patio de cuadrillas era la de un torero de aspecto invertebrado, con una losa de presión sobre sus hombros sideral, que nunca dio oxígeno a casi un lustro de mitos mal curados por esa ausencia doliente en los circuitos de las grandes ferias.
 
Cuatro años son muchos años sin verle las barbas al toro de Madrid con 23.000 personas en los tendidos. Porque lo de matarlos en el campo está muy bien y sirve, claro, pero no es lo mismo. Alejandro Talavante regresaba a Las Ventas con el peso del abono, la expectación por las nubes y tres toros de Jandilla para volver a encontrarse con su Madrid. Y Madrid le estaba esperando para abrazarle cuando se evaporó el paseíllo. Y sin cerrar los brazos invitó a hacer suyos a Ortega como "el otro del cartel" y a De la Calle por el agradecimiento al papelón que con oficio y dignidad solventó la tarde de Ramos.
 
Talavante le había mostrado toda la verdad al 1° descastado, débil y leñero de Jandilla con el que se excusó por ambos pitones sin más, ligando en un palmo y atando en corto las efímeras embestidas francas que le regaló. La frialdad que había sacado el del hierro de la estrella, por ser el toro de su reaparición en España y en Madrid, no podía sacarle de la tarde. Y menos si por chiqueros se diera la casualidad de que apareciera un toro encastado de los que, años atrás, Alejandro les cortaba las orejas en los medios. Vaya hombre... Parecía que estaba escrito. Un tercer toro, de nombre Follonero y único del hierro de Vegahermosa, que manseó en el caballo donde no se le picó, que no dejó de moverse ni de meter la cara en los capotes, y con el que Alejandro encontró tarde la clave de la obra, que llegaría en el último tramo cuando decidió armar la muleta, bajar la mano y poner aquello del revés como sólo él sabe. Allí seguía esperando Madrid y su ronco olé tras el volcánico cambio de mano y la mandona trincherilla.
 
Sin un inicio poderoso por bajo para ahormar tales arrancadas, se iría a los medios a darle a Madrid lo que esperaba pero no encontró en la tarde de su reaparición. El cáliz de su mano izquierda sabía amargo, tosco, ausente de temple. Como si de una zurda de garrafón se tratara. Por allí le sobró una y le faltó otra por el derecho. No se alivió para entrar a matar y entre los pitones se dirigió al final del morrillo con suma rectitud. Muy justa esa oreja de un Madrid que sabe, pero no vio, todo lo que un torero como Talavante puede dar.
 
Y lo evidenció en no llevar el cuchillo entre los dientes para apostar por la Puerta Grande con el manso 5° y esas medias arrancadas con las que Talavante otras veces tragó en los terrenos de tablas para cortarle las orejas a los toros. O en los mismos medios, como aquella tarde cuando se la arrancó de cuajo al jabonero de Cuvillo. Le quedan tres tardes más para rendir Madrid de nuevo a sus pies. Porque lo tiene dentro. Eso es innegable.
 
Al cartel le sobraba expectación y le faltaba sentido. Porque es lo que debe de haber para que un mano a mano tenga mimbres para trascender, además de lo importante que ambos contendientes hayan dicho en ese ruedo. Juan Ortega, de contendiente no tiene nada. El sevillano es un torero capaz de poner a todo el mundo de acuerdo, a la vez que lo es para hacer bostezar a la parroquia viéndole torear o haciendo el intento de ello. Es posible que no le valgan en la muleta ni un diez por ciento de los toros que sortea. Y hoy lo volvió a demostrar con un lote manejable, aunque falto de casta y al que no entendió de principio a fin.
 
El arrebato bello y con enjundia a la verónica con el que pregonó el encuentro con el 2° de la tarde se esfumó cuando dejó al toro en el alambre con seis obligadísimos muletazos por bajo, hasta el punto de ver al jandilla en el último abrirse de manos primero y de patas después, pidiendo la extremaunción. Y ahí se quedó ese toro divinizado por el olimpo de sus perfectas hechuras y su ritmo sostenido que había cantado en los capotes de los tercios anteriores. Muy apático se le vio con un 4° al que había que llegarle y Juan no lo hizo, buscando siempre el toreo de compañía sin llegar a cruzar la línea ni una sola vez. Lo que pasara en el 6°, lamentablemente, ya no le importaba a nadie. La decepción ya venía desde Toledo. Como las nubes.
 
 
  • Monumental de Las Ventas. 6ª de la Feria de San Isidro. Lleno de 'No hay billetes'. Se lidiaron cinco toros de Jandilla y uno de Vegahermosa, muy bien presentados a excepción del vareado 5° al que le salvó la cara; mansos, fríos y sin entrega. Destacó la calidad y profundidad del manso encastado 3°.
  • Alejandro Talavante (azul marino y oro): silencio, oreja tras aviso y silencio.
  • Juan Ortega (tabaco y oro): silencio en los tres.

 

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