Por el piton derecho
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Ureña vuelve a vaciarse ante la afición de Madrid
Paco Ureña, en la Asociacion el Toro de Madrid
TERTULIAS ASOC. EL TORO DE MADRID

Ureña vuelve a vaciarse ante la afición de Madrid

Darío Juárez

Un sándwich mixto se atemperaba a la siniestra del portátil esquivándome miradas lascivas en lo que escribía esto, mientras Paco se levantaba de la mesa pasados cinco minutos de las diez de la noche con la misma serenidad con la que se sentó, después de vaciarse con “el último reducto de aficionados que quedan”. O cómo autodefinió el Rosco a la Asociación el Toro de Madrid en la primera de las ocho tertulias que, con su acierto y el agradecimiento del resto de aficionados, organizan y difunden en redes ante la orfandad de toros durante el invierno.

Después de la presentación del socio Carlos Rodríguez-Villa, en la que repasó de manera cronológica todas las etapas de importancia del coleta lorquino en la plaza de Madrid, Ureña cogía el micro a la espera de las preguntas de los aficionados con la inocencia de un niño sosteniendo el cirio de la primera comunión.

Paco había entrado al restaurante Puerta Grande a vaciar el alma entre las cuatro paredes de ese salón con su humilde uso de la palabra, como lo hizo en las dos tardes trascendentales de esta temporada en el ruedo de Las Ventas a destacar. La primera, la del 4 de junio, en la Corrida de la Prensa y con el encierro de Victorino en mano a mano con Emilio de Justo, cuando el murciano se abandonaba en un trance de entrega inenarrable: “Fue la tarde más importante de mi vida a todos los niveles. La tarde de decir ‘hoy es el día que…Que sea lo que Dios quiera. Siempre he tenido claro cuál es mi concepto y qué es lo que quiero mostrar en la plaza, pero el concienciarme de a lo que iba días antes a esa tarde en particular, nunca me había ocurrido. Todavía me emociona”.

La segunda llegaría en la cuarta de la pasada Feria de Otoño ante un manso redomado de Victoriano condenado a banderillas negras, al que se sacó a los medios sin leerle un atisbo de faena, para torearlo de verdad y terminar por cerrarlo en las rayas con remates por bajo que pusieron del revés la caldera de la calle Alcalá: “Victorino se cambió por Victoriano (risas). Los toros tienen que coger y el primero que tiene que entregarse es el torero. No sabía qué iba a hacer ese toro, si eligiría la muleta o mi cuerpo pero había que ponerse a torear. Porque si no, ¿qué es torear? ¿Qué es la pureza? Por suerte eligió la muleta”.

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