Por el piton derecho
Vicente Carrillo Cabecera
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Victorino y Platino devuelven la Tauromaquia a Sevilla
Victorino y Platino devuelven la Tauromaquia a Sevilla
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Victorino y Platino devuelven la Tauromaquia a Sevilla
Victorino y Platino devuelven la Tauromaquia a Sevilla
Victorino y Platino devuelven la Tauromaquia a Sevilla
Victorino y Platino devuelven la Tauromaquia a Sevilla
Victorino y Platino devuelven la Tauromaquia a Sevilla
Victorino y Platino devuelven la Tauromaquia a Sevilla
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Victorino y Platino devuelven la Tauromaquia a Sevilla
Victorino y Platino devuelven la Tauromaquia a Sevilla
Victorino y Platino devuelven la Tauromaquia a Sevilla
Crónica Sevilla. 4ª Feria de Abril

Victorino y Platino devuelven la Tauromaquia a Sevilla

María Vallejo

Lo de Victorino Martín es como el título de esa sentida bulería de Camarón: Otra galaxia. En medio de una cabaña brava cada día más deplorable, los toros de la “A” coronada son la galaxia a la que se exilia el aficionado cuando necesita recordar lo que realmente significa el toreo. La galaxia de la casta, la bravura y la épica. Tres horas de corrida ha sido el tiempo que han necesitado Victorino, Ferrera y Paco Ureña para devolver al coso del Baratillo lo que en tardes anteriores le han robado: la verdadera Tauromaquia. La que puede escribirse con mayúsculas. La que hace, como dice el ganadero, que no salgan las cuentas de los vendedores de pipas. En definitiva, la que el aficionado quiere, necesita y demanda, que no es otra que aquella en la que el toro bravo y el torero valiente se juegan la vida, batallando en buena lid, desde el primer hasta el último tercio.

Sólo en el tercio de varas protagonizado por Escusano, que empujó con los riñones en el jaco hasta derribarlo, hubo más emoción que en los doce hariboos que salieron por chiqueros en las dos tardes anteriores. Aunque la vara del picador no cayó en el sitio adecuado, ¡cómo se agradece ver torear a caballo, después de tantos análisis de trámite! Con la misma bravura apretó en un emocionante tercio de banderillas, a cargo de Antonio Ferrera y Manuel Escribano. Lástima que llegase a la franela de Antonio Ferrera parado, con medias embestidas y sin terminar de humillar. El torero balear aguantó parones hasta hacerse dueño de la situación y terminar a cuerpo descubierto entre los pitones de su oponente. Mató de estocada tras pinchazo y saludó una ovación.

Capítulo y párrafo a parte merece el cuarto de la tarde: Platino, que bien pudo, por su calidad y bravura, apellidarse Con diamantes. Embistió con codicia y apretando hacia los adentros en el capote de Ferrera, y empujó con ganas de merendarse al jaco nada más sentir la puya de picar. Por mucho que se lo quieran vender, recuerden que no hay caballo grande ni peto pesado, sino toros faltos de casta. De la jurisdicción del picador lo sacó Ferrera con capotazos de lidia antigua que aún cimbrean por el albero maestrante, antes de compartir un emotivo tercio de banderillas con José Manuel Montoliú, donde Platino volvió a brillar apretando y creciéndose en el castigo. Ya en el último tercio, el bravo de la «A» coronada vendió cara su embestida, repuso rápido, midió y pidió el carnet de un Ferrera que tardó en ganarle la partida. Tras la pelea épica de dos poderes en constante desafío, la inteligencia del hombre se impuso a la casta de la fiera para dar paso al  desmayo. Una tanda de naturales abandonados y una estocada trasera pusieron fin a una faena premiada con un escaso apéndice. Fue el publico sevillano y no el diestro quien se dejó ir el toro sin enterarse. Ferrera debió haber paseado las dos orejas, y Platino mereció haber dado la vuelta al ruedo (por no decir que, de habérsele lucido más en la franela, podría haber vuelto al campo). Quizá mañana, después de leer las crónicas, Sevilla se entere de que vio una faena que encierra la esencia del toreo, porque Ferrera, aunque tardó en lograrlo, tuvo que vencer con peligro para triunfar con gloria.

El segundo de la tarde, de nombre Migrañito, fue un verdadero dolor de cabeza para Manuel Escribano ya desde los chiqueros, donde lo esperó con pundonor en una eterna y angustiosa porta gayola. Aprendió varios idiomas durante la lidia, midió al torero y con ayuda de Eolo terminó por convertirse en el amo del ruedo. Escribano intentó cruzarse y pisar los terrenos del miedo, pero a pesar de su indiscutible actitud, se tiró a matar desbordado y fue silenciado. La otra joya de la corrida saltó al ruedo en quinto lugar. Mudéjar salió con las llaves de la Alhambra colgadas de los pitones. Su humillación, clase y fijeza hacían del toro el que todo torero sueña para crujir el coso del Baratillo toreando por bajo, sintiéndose y fajándose con él. Pero para desgracia colectiva, tuvo delante a un Escribano sin espada que, por sus ya conocidas limitaciones, no pudo hacer más que muletearlo con dignidad y sin ningún lucimiento.

Por el que nadie daba un duro fue por Vencejo, un toro que se arrancó pronto a la buena puya de Pedro Iturralde, pero que ya desde el jaco mostró su mansedumbre y falta de fuerza. Llegó a la muleta de Paco Ureña con una embestida sosa que sólo el lorquino puede convertir en una oreja de peso. Sabedor del corto viaje de su oponente, Ureña se jugó la cornada en cada embroque, citando con la muleta a la altura del cuerpo hasta meterlo en el canasto. A base de pureza, construyó una faena inesperada, que abrochó con esos naturales dando el pecho que ya llevan su sello, antes de tirarse a matar en corto y por derecho. Pero Margarito cerró de un golpe seco la Puerta del Príncipe con la que todos habíamos empezado a soñar. Lo más destacable del capítulo fueron las chicuelinas de corte añejo con las que Ferrera lo sacó del jaco, que, no obstante, me hicieron preguntarme quién narices es él para sacar del caballo al toro del compañero. Llegó al último tercio pegado al piso y decido a no regalar ni una sola embestida al murciano. Aún así, Ureña volvió por la senda del valor sereno y lo intentó por ambos pitones sin más resultado que una voltereta sin consecuencias.

Desde pequeña me han enseñado en casa que eso de «maestro« no puede usarse a la ligera, sino sólo con un reducido número de toreros que aportan un más allá. Creo que Paco Ureña es ese ir más allá en cuanto a pureza y honradez se refiere. Así que, dejemos de llamarle matador y, a partir de hoy, llamémosle maestro. Claro que, si hay alguien que va más allá en la búsqueda de verdad, ese es Victorino Martín, que tarde tras tarde nos recuerda lo que ha de ser el toreo. ¡Gracias, ganadero!

 

  • Sevilla. Real Maestranza de Caballería. 4ª de la Feria de Abril. Lleno aparente en los tendidos. Se lidiaron seis toros de Victorino Martín. Corrida seria y bien presentada. Venido a menos el 1º; manso y encastado el 2º; maso y soso el 3º; bravo y exigente el 4º; noble y encastado el 5º; y parado el 6º.
  • Antonio Ferrera: ovación con saludos y oreja.
  • Manuel Escribano: silencio y ovación con saludos tras aviso.
  • Paco Ureña: oreja y silencio.

 

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