Era la Daenerys Targaryen del palco, a lo protagonista de ‘Juego de Tronos’. Genoveva Armero, madre de la seriedad, rompedora de las cadenas de la vulgaridad, defensora del criterio, reina del buen hacer en el ruedo y protectora de la exigencia. Algunos la temían y otros la idolatraban, pero todos la conocían por caminar por un único sendero, el de la rectitud. Utilizo el pretérito con toda la intención del mundo, porque ese referente de la afición, al menos hoy, claudicó. Los que la han arropado hasta ahora en su camino hacia el trono de hierro se preguntan todavía a estas horas por qué le abrió la puerta grande de par en par a Juan Leal en su primero. El francés aprovechó con su más que singular concepto del toreo la franca y entregada acometividad del mejor toro del encierro. Un animal para bordar el toreo, pero el diestro solo cosió retales. Doble trofeo (y el segundo es de su competencia) a la vulgaridad. Al ‘pegapasismo’, que diría aquel, sin verdad ni pureza. Patatas al montón… y sin gracia ninguna. Cortó una más en su segundo por los mismos derroteros y con tres peludas se marchó de aquella manera, eso sí, abaratando la feria en exceso.
El resto del escalafón haría bien en preguntarle a Juan a qué santos les reza a la hora del sorteo. Siempre toca el papelito bueno, y es que pechó con el mejor lote de un variado y a menos envío de Fuente Ymbro. Cosa aparte es la presentación, que bajó varios puntos. Lorenzo y Ferrera, desdibujados, no tuvieron su tarde. Demasiadas medianías en pleno sábado de feria. Y para mediana, la entrada. Ya llegará Roca...
Al vareado Denunciante lo cuidó con mucho mimo en varas un pulcro Tito Sandoval antes de que Juan Leal se llevara el susto de la tarde, y puede que de la feria, al intentar quitar por Gaona. Quedó a merced del animal, que lo levantó prendiéndole de la chaquetilla. Sólo Dios sabe cómo salió airoso de semejante trance. No le importó. Con una firmeza pasmosa inició trasteo en los medios con cambiados por la espalda para meter a todo el mundo en faena. El problema es que a partir de ahí maniobró de forma más que irregular. Aunque muy firme, el toreo fue excesivamente lineal, sin ajuste ni ceñimiento, destemplado y sin pulcritud en demasiados momentos. Por un lado y por otro, y es que por ambos se los tragó como un bendito el pupilo de Gallardo, que a pesar de los pesares no se cansó de embestir con toda la calidad del mundo. Llevaba un castillo en cada uno de sus pitones y eso fue aprovechado de aquella manera… Para más inri, la espada se fue muy abajo. El premio de las dos orejas se antoja excesivo. La presidenta Genoveva, otrora adalid del criterio, entregó su espada.
El Fanfarrón que hizo quinto campó a sus anchas sin que nadie bregara hasta encontrarse con el varilarguero… y así llegamos a un parlamento muleteril que fue prácticamente calcado a su primero. Repetiría uno por uno todos los calificativos empleados (no es plan de ser pesado), y es que con esa forma de hacer dio pases, pases y más pases por un lado y por otro para beneplácito de una parte mayoritaria del público a otro buen ejemplar de Fuente Ymbro. Para gustos los colores, pero su labor distó mucho de lo que uno entiende como ortodoxia y pureza del toreo. En todos los sentidos. La disposición fue irreprochable, cierto; el toreo ya fue otra cosa… Al entrar a matar cobró otra fea voltereta (segundo milagro) y eso terminó de calentar la petición. Oreja al esportón y tres en total en una tarde de excesos.
Antonio Ferrera anduvo variado y vistoso con esa capa tamaño XXL de bicolor verde que llama la atención a leguas para recibir al Señorío que abrió tarde, justito de presentación… y de todo. El animal blandeó de inicio, a mediados y en los finales y con semejante saldo bastante hizo el extremeño, que porfío derrochando técnica para sacar agua de un pozo vacío. Lo hizo especialmente al natural, con algunos retazos caros, pero de liviano peso por la condición mortecina del toro. Faltó un océano de transmisión. Al segundo de su lote, un incierto Adulador, ni lo vio. Sin apenas probaturas ni intentonas, evidenció desde el primer instante que no lo veía claro y tiró por la calle de en medio. Abrevió para cabreo del respetable, que se lo recriminó.
Álvaro Lorenzo, que brindó el Calderero que hizo tercero al público, estuvo aseado con él, sin más. A la faena le costó un mundo tomar vuelo… si es que en algún momento lo hizo. Creo que no. Muletazos deslavazados y sueltos que no encontraron peso alguno. El toledano no terminó de confiarse ni de apostar, aunque dicho sea de paso, el ‘fuenteymbro’ fue un pan sin sal que se movió como si nada. Con Inflactor se repitió la misma historia: helador inicio después de la efervescencia de la faena del galo y poca o nula conexión con la parroquia. Un puerto de primera categoría imposible de remontar. Y eso que lo intentó, sin ideas, de todas las maneras, pero fue incapaz de decir nada con un burel que se dejó.
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