«Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente», dijo Jesús a Tomás, uno de los doce, y éste replicó: «¡Dios mío!». El Señor sentenció: «¿Porque me has visto has creído? Dichosos los que crean sin haber visto». Así lo escribió San Juan. Y así lo predica Morante, profeta de una religión profana, pero que acaricia con las yemas de los dedos a las más altas divinidades. La fe morantista trasciende lo empírico. Y a veces, aunque sin ver, hay que creer. Hasta el final. En Albacete, donde volvió a aparecerse dentro de una conspicua temporada, tocó sufrir un sinsabor. No por culpa suya, sino del material mundano con el que tuvo que obrar. (Señor, perdónalos porque no saben lo que hacen). No se le contempló, pero no hay que perder la fe. Dichosos los que crean sin haber visto...
Para empezar se las vio con un sobrero de Conde de Mayalde, que se dejó con la gracia justa. Menos mal que el genio de la Puebla andaba inspirado y tras sacárselo al tercio con dos remates sublimes por abajo, firmó una instrumentación con el poso, la cadencia y el sabor que sólo él imprime a sus muletazos. Dejó, por el derecho, auténticos carteles. Con su segundo se justificó a media altura, un Pantonino que fue una sonrojante pantomima, como toda la infumable corrida de Juan Pedro. Otro Morante habría tirado por la calle de en medio, pero ahí estuvo intentando dibujar pinceladas artísticas de peso. Con semejante saldo ganadero, demasiado bien resultó. Habrá que peregrinar hasta la próxima parada en tierra santa para ver una nueva aparición.
El triunfador numérico de la tarde fue un Paco Ureña que en el quite a su primero ya apuntó un ramillete de saltilleras. Con ese Hallador el lorquino anduvo un camino de dientes de sierra. Más allá de apuntar algún natural suelto con la suerte cargada recordando tiempos mejores, se perdió en circulares de efecto arriba pero poca profundidad. Faltó pulcritud y pureza en la mayor parte del trasteo. Su disposición quedó fuera de toda duda, y así recibió rodillas en tierra al Neurasténico que hizo quinto. Descalzado y despatarrado citó a un burel al que le faltó de todo para transmitir. Resultó insulso por la insípida pelea del 'juampedro'. Hubo que llevarlo entre algodones porque a nada que se le exigiese acababa por los suelos. Faltó emoción.
Inédito quedó Juan Ortega, que tras estrellarse con un primero imposible, prácticamente inválido, no pudo ni siquiera desquitarse de alguna manera con Polvorilla, que fue más feo que pegarle a un padre. Mansurrón a la defensiva, no tuvo ni uno. Abrevió en ambos y así nos ahorró el disgusto.