Por el piton derecho
Vicente Carrillo Cabecera
Domingo, 20 de Octubre de 2019
Está asumido

Sé que ningún antitaurino va a leer este artículo. Lo veo complicado. Pero si al menos uno lo lee me daré por satisfecho. Con uno solo. Porque esto va para él. O para ellos en el mejor de los casos. Se alegran mucho ellos cuando los toreros y/o subalternos sufren cornadas graves. Como si fuera un castigo muy merecido por, como dicen ellos, “torturar” a un animal indefenso. Se ríen, se mofan, vomitan toda su rabia sobre ese hombre o esos hombres que en esos momentos están jodidos en la cama de un hospital.

Sin ir más lejos, este final de temporada ha sido durísimo en cuanto a percances de todo tipo. Desde graves a extremadamente graves. Y ahí han estado ellos. Los vengadores de la causa irracional. Los justicieros indómitos. Volvieron a aparecer para gritar el repetitivo y cansino “se lo merece” como el más suave de los improperios hacia los que han terminado con los vestidos de torear rotos y las carnes abiertas. Y no se dan cuenta de que eso no duele porque siempre ha sido algo asumido a priori.

El torero acepta las cornadas. Lleva impreso en su ADN la muerte. Asume que cualquier tarde puede ocurrir lo peor. Lo irremediable. El torero convive con la aceptación intrínseca de que su profesión mantiene un diálogo constante con el dolor de la cornada o la más absoluta realidad de la muerte. De que su vida puede cambiar para siempre en unos míseros minutos de reloj. De que ayer lo tuve todo y mañana puedo no tener ya nada.

Odiadores del mundo de los toros, no se molesten. No malgasten sus energías. No conviertan su buena sintonía con el mundo -si es que la tienen- en odio sin sentido. No hacen daño. No provocan cataclismos. Al contrario. Quedan ustedes en peor lugar. Aquí se asume y se presume. Se vive con el dolor y la gloria, con la vida y la muerte. Para bien o para mal el toreo es grandeza. Está asumido.

Domingo, 20 de Octubre de 2019
Está asumido

Sé que ningún antitaurino va a leer este artículo. Lo veo complicado. Pero si al menos uno lo lee me daré por satisfecho. Con uno solo. Porque esto va para él. O para ellos en el mejor de los casos. Se alegran mucho ellos cuando los toreros y/o subalternos sufren cornadas graves. Como si fuera un castigo muy merecido por, como dicen ellos, “torturar” a un animal indefenso. Se ríen, se mofan, vomitan toda su rabia sobre ese hombre o esos hombres que en esos momentos están jodidos en la cama de un hospital.

Sin ir más lejos, este final de temporada ha sido durísimo en cuanto a percances de todo tipo. Desde graves a extremadamente graves. Y ahí han estado ellos. Los vengadores de la causa irracional. Los justicieros indómitos. Volvieron a aparecer para gritar el repetitivo y cansino “se lo merece” como el más suave de los improperios hacia los que han terminado con los vestidos de torear rotos y las carnes abiertas. Y no se dan cuenta de que eso no duele porque siempre ha sido algo asumido a priori.

El torero acepta las cornadas. Lleva impreso en su ADN la muerte. Asume que cualquier tarde puede ocurrir lo peor. Lo irremediable. El torero convive con la aceptación intrínseca de que su profesión mantiene un diálogo constante con el dolor de la cornada o la más absoluta realidad de la muerte. De que su vida puede cambiar para siempre en unos míseros minutos de reloj. De que ayer lo tuve todo y mañana puedo no tener ya nada.

Odiadores del mundo de los toros, no se molesten. No malgasten sus energías. No conviertan su buena sintonía con el mundo -si es que la tienen- en odio sin sentido. No hacen daño. No provocan cataclismos. Al contrario. Quedan ustedes en peor lugar. Aquí se asume y se presume. Se vive con el dolor y la gloria, con la vida y la muerte. Para bien o para mal el toreo es grandeza. Está asumido.

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