Si hace quince días me sorprendía la retirada por sorpresa de Varea, el pasado sábado me impactó la del novillero valenciano Borja Collado. De hecho, cuando leí por primera vez su comunicado pensaba que era una broma de mal gusto. ¿Qué está pasando? ¿Qué les está ocurriendo a tantos y tantos chavales que llevan un cuarto de hora en esto y arrojan la toalla a las primeras de cambio? Son muchas las posibles explicaciones. En cualquier caso sólo ellos saben el por qué. Y a los aficionados no nos queda otra que lamentarnos.
En poco más de un año se han retirado varios chavales con unas condiciones extraordinarias. El novillero madrileño Carlos Ochoa, el palentino Diego Fernández, el albaceteño Adrián Villalba, el cual poseía una mano izquierda sensacional, el prometedor matador de toros castellonense Varea... Y ahora Borja Collado, un novillero en el que el aficionado había depositado muchísima ilusión y el cual tenía ya una vasta y numerosa legión de seguidores tanto en su Valencia natal como en el resto del país.
Hay quienes apuntan a la falta de afición como posible causa de tan inesperadas retiradas. Yo en cambio no creo que sea esta la razón principal. Y es que hoy en día, conforme está esto para los que empiezan, es normal que se harten y manden todo al carajo. Hace tiempo que para ser torero primero tienes que ser rico. Y es que es una tremenda injusticia que se le pida dinero a los chavales por torear en tantas y tantas novilladas o, en el mejor de los casos, no se les de ni para cubrir gastos. O que se les pretenda pagar con el dinero que saquen vendiéndose ellos mismos sus propias entradas. Hacerle todo esto a alguien que es poco más que un niño y que se va a jugar la vida en una plaza de pueblo con dos novillos tremendamente serios no tiene perdón de Dios. ¿Alguien se imagina al cadete del Real Madrid pagando por jugar contra el cadete del Barcelona y encima comprando ellos la pelota? Yo, sinceramente, no.
Afortunadamente, los hay que tienen dos dedos de frente y mucho, pero que mucho, sentido común. La afición puede ser infinita, pero estoy seguro de que se va perdiendo con cada euro pagado, con cada euro no ganado, con cada putada de tal o cual chufla que va de empresario, con cada voltereta o con cada cornada. Respeto enormemente a los chavales que no están dispuestos a pagar por torear o a endeudarse por una carrera que podrá o no podrá llegar a lo más alto. Y aunque perder la vida sea algo consustancial a la Fiesta, hemos de admitir que también hay chavales que no están dispuestos a jugársela cada tarde delante de un animal bravo porque sencillamente le han visto ya varias veces las orejas al lobo y eso les ha dado mucho miedo. Un miedo que no son capaces de afrontar y superar. Y es que, aunque no lo parezca, ellos también son humanos.
Si hace quince días me sorprendía la retirada por sorpresa de Varea, el pasado sábado me impactó la del novillero valenciano Borja Collado. De hecho, cuando leí por primera vez su comunicado pensaba que era una broma de mal gusto. ¿Qué está pasando? ¿Qué les está ocurriendo a tantos y tantos chavales que llevan un cuarto de hora en esto y arrojan la toalla a las primeras de cambio? Son muchas las posibles explicaciones. En cualquier caso sólo ellos saben el por qué. Y a los aficionados no nos queda otra que lamentarnos.
En poco más de un año se han retirado varios chavales con unas condiciones extraordinarias. El novillero madrileño Carlos Ochoa, el palentino Diego Fernández, el albaceteño Adrián Villalba, el cual poseía una mano izquierda sensacional, el prometedor matador de toros castellonense Varea... Y ahora Borja Collado, un novillero en el que el aficionado había depositado muchísima ilusión y el cual tenía ya una vasta y numerosa legión de seguidores tanto en su Valencia natal como en el resto del país.
Hay quienes apuntan a la falta de afición como posible causa de tan inesperadas retiradas. Yo en cambio no creo que sea esta la razón principal. Y es que hoy en día, conforme está esto para los que empiezan, es normal que se harten y manden todo al carajo. Hace tiempo que para ser torero primero tienes que ser rico. Y es que es una tremenda injusticia que se le pida dinero a los chavales por torear en tantas y tantas novilladas o, en el mejor de los casos, no se les de ni para cubrir gastos. O que se les pretenda pagar con el dinero que saquen vendiéndose ellos mismos sus propias entradas. Hacerle todo esto a alguien que es poco más que un niño y que se va a jugar la vida en una plaza de pueblo con dos novillos tremendamente serios no tiene perdón de Dios. ¿Alguien se imagina al cadete del Real Madrid pagando por jugar contra el cadete del Barcelona y encima comprando ellos la pelota? Yo, sinceramente, no.
Afortunadamente, los hay que tienen dos dedos de frente y mucho, pero que mucho, sentido común. La afición puede ser infinita, pero estoy seguro de que se va perdiendo con cada euro pagado, con cada euro no ganado, con cada putada de tal o cual chufla que va de empresario, con cada voltereta o con cada cornada. Respeto enormemente a los chavales que no están dispuestos a pagar por torear o a endeudarse por una carrera que podrá o no podrá llegar a lo más alto. Y aunque perder la vida sea algo consustancial a la Fiesta, hemos de admitir que también hay chavales que no están dispuestos a jugársela cada tarde delante de un animal bravo porque sencillamente le han visto ya varias veces las orejas al lobo y eso les ha dado mucho miedo. Un miedo que no son capaces de afrontar y superar. Y es que, aunque no lo parezca, ellos también son humanos.